“River unidos” le ganó al Boca correntino una verdadera final. Ganó con corazón de equipo de barrio en un marco de pasión, histeria y locura. Ganó jugando mal, pero ganó el partido que tenía que ganar. Ése que lo pone a tiro del ascenso directo.
Claro que no ganó de acuerdo al paladar de River. Pero tantas veces hizo los merecimientos y se le escaparon puntos increíbles sobre la hora. ¿Cómo no festejar ahora?
Ganó porque “el barba”, la “diosa fortuna” y todos los querubines se acordaron que River existe. Porque la “liga” apareció justamente en el minuto 42 del segundo tiempo cuando el botín derecho de Funes “el memorioso” -¿quién lo iba a decir?- reventó el arco de Sessa.
Para creer o reventar. Ganó por los planetas que se volvieron a alinear, pero también porque Almeyda acertó con los cambios cuando el caos reinaba. Y también ganó con el “culo”
sangrando de Ponzio, quizás como símbolo de lo que había que dejar en la cancha.
No fue un partido más. Fue más que un parto, una cesárea de urgencia. Y el Monumental, una maternidad de campaña. Pasó de todo, hasta la clavícula del enfermero Sánchez que se le salió… en fin.
Matías puso el material que había que poner en estos casos. Fue a buscar el partido con cuatro delanteros, con dos bien abiertos como bisturí, para abrir el cerrojo rápidamente. No resultó. Lo perdió el Keko de entrada, hubo otra de Trezeguet mordida de zurda y, en la medida que el gol no llegaba, los del “Taragüí” fueron ganando en confianza. Metieron tres contras de gol. Lo perdieron Viviani y Nuñez de manera insólita. Se descompensó González Pirez, que mereció la roja y Maglio se hizo el distraído. Bajó como nunca el nerviosismo de la tribuna y los cantos se convirtieron en un boomerang.
Arrancó la segunda mitad y River iba como un pediatra amedrentado. El Chori, otra vez muy solo, mostró por dónde estaba el camino. Tras un desborde de Villalva, el mismo Chori se quedó en la definición. Cavenaghi sufrió el colmo de una pésima tarde. De espaldas, impidió el grito de David… A partir de ahí otra vez, todo a cara o cruz.
River un delirio, parado en la cornisa y recontra pasado de revoluciones. Vega que se reinvidicó y con los pies le sacó una imposible a Danelón. No hay tiempo. Más cambios. Entran Funes Mori y Ocampos. Hay que operar.
¿Alcanzará? Llega el centro pasado que baja el mellizo Ramiro y Ocampos la manda adentro. ¿Vendrá el alivio? Ni ahí. Otra vez, una jugada aislada, doble cabezazo en el área. Y la zurda de Friedrich que decreta la igualdad.
Sensación de pandemonium y virus hospitalario. El partido que se va y el respirador artificial con los motores a full. Ya no hay tiempo. Sólo queda el recurso de la bocha al
área y acertar el prode. Y allá está la peinada de Trezeguet y el solitario Funes Mori, descargando su furioso remate goleador.
“¡Ki, ki ri, ki!”, se escucha el alumbramiento estremecedor. Nació la victoria más esperada. Ésa que nos deja ahí, a un pasito. Se cae el estadio. Cambian la hostilidad y el enojo, por la euforia. No fue un partido, fue una batalla por la vida. Dios se acordó de River por un rato.
Almeyda se dio cuenta que a la suerte hay que ayudarla. Y nosotros… es hora que pensemos que somos “River Unidos” para no contribuir a la confusión generalizada. Y que el Chori entienda que no están solos. Que vamos a copar Santa Fé… porque esta hinchada y este equipo se merecen ser campeón.