¡Qué nochecita! Quiero escribir los versos más lindos esta noche. Reescribir el Soneto XX, de Neruda, y que no queden dudas que siempre te volvería a elegir. Y decir por ejemplo que tiritan azules, los astros, a los lejos… y que titilan los cuerpos aún bajo el cielo húmedo del Monumental. Que ese Lamela pareció un cometa disparado por la estrellas, que Pavone fue un ventarrón imparable, y que el Negro Acevedo es capaz de ser Otelo y brindarse con esos celos que enceguecen repletos de fútbol. Quiero escribir que anoche quedó lacrado de nuevo este pacto de amor. Que quedó en el aire flotando la esperanza de “Saber que se puede”. Que el viento de la noche y esa mudas gotas todavía giran sobre nosotros y el cielo canta: “Yo te quiero…”.

Aunque sobrevinieran noches de sentir haberla perdido, jamás la vi en otros brazos. Siempre quise esta camiseta y ella también me quiso. Gracias Dios, por hacerme este guiño. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído y vaya si ella escuchó.

Siempre habrá un domingo más, un cielo infinito para volver a creer. Y mucho más cuando la esperanza viaja en “colectivo”. Es humilde, se sube al bondi. Saca el pasaje más barato que hay y da muestras de que le espera un año duro, pero no baja los brazos. Esa es la mujer que quiero. El River que me puede. Esa muchacha que no se queja por la realidad dura que le toca y cuando llega el finde explota de entrega. Me gusta. La quiero. La admiro desde los pies a la cabeza. Cuando veo que está sólida, bien plantada, que sabe que no todo es erotismo. Me da seguridad, abrigo. La amo en la vocación ofensiva y agresiva del Loncho Ferrari, que recuperó la memoria y se acuerda de cruzar la cancha haciendo surcos sin descompensarse. En la serenidad y lo fácil que hace todo el uruguayo Díaz. En la fe y la capacidad de reacción del paragua Román. Y en esas corajeadas de Ferrero, que empuja como lo hizo en el segundo tiempo.

Hasta en la ausencia de Maidana, que no se sintió. Así, voy sintiendo de atrás para adelante, de afuera hacia adentro y de arriba hacia abajo, que “el camino al andar” se va haciendo. Y que Chichizola pasa inadvertido. Y que eso es bueno. Y que Almeyda, en el minuto 90 va a por más y quiere su gol. Y ya no es el león, es el “hombre nuclear” que contagia a todos. Y Acevedo, casi como doble cinco, quita, juega y hace jugar. Mete tres bochas de gol en la primera etapa, juega corto, tiene cambio de frente, y se va metiendo en el engranaje del “bondi”. Igual que Pereyra, que ayer tuvo poca claridad, pero que tiene quinta velocidad para cuando hace falta. Y el Manu, que es un diamante en bruto al que hace falta pulirlo nada más. Y Erik. ¡Ay, Erik! Absorbido, como displicente, sobrador en un tiempo y de repente ¡zas! Las palabras del vestuario que le sacuden la modorra y aparece el faro que todo esperamos.

La pelota que empieza a pasar por Lamela y el pibe que encuentra los espacios y se encuentra a sí mismo. Por la izquierda anuncia el gol que va a venir. Y después, esa joyita de colección con Díaz, dos metros y al pie. Acevedo igual. Pavone que sale a pivotear y hace lo que le pedimos (que la devuelva a un toque) y Erik queda de cara a Monzón. Vuelve a ser el chiquilín del Drysdale de Carapachay. Definición de papi. Y a partir de ahí, todo el repertorio.

Y encima entra el Enano -a quien, como buenos riverplatenses, deberíamos mimarlo un poco más antes de su partida- y se mete en el toqueteo. Ya con Pavone, dando lo que uno le pide a un delantero. Una y una. Una corta y una individual. Más sorpresa. Descarga por un lado y caballos de fuerza por el otro. Y ya River deja su mejor versión desde que está JJ. Al punto que el amor va creciendo hacia arriba y el estadio explota. Y las palabras de Passarella durante la semana -sacadas de contexto- empiezan sonar más a “viveza” futbolera que a realidad. El “River no está para campeón” malinterpretado sirve para meterle presión al resto.

Antes, no me olvido, hubo tiempo donde los caminos parecían clausurados. Sin embargo, se apeló a la paciencia. Una prédica que parece hacerse carne en el plantel y en los hinchas. En la cancha y en lo institucional. Yo me subo a este “bondi”. Lo veo maduro, con espíritu de equipo. Esa muchacha que me hace escribir los versos más lindos, porque es sacrificada, seductora, le gusta volar bajito, pero sabe planificar el día a día.

Esa piba que me hace ilusionar y me hace amanecer cantando: ¡Saber que se puede! Si, River, siempre se puede. Cómo no reescribir el Soneto XX del gran Neruda y decirte: Es tan corto el amor y tan largo el olvido. Jamás serán estos los últimos versos que yo te escriba. Ahora, a copar Avellaneda.