Como sucedió en Chaco, River vuelve del Superclásico con las manos vacías y con más preguntas que certezas. Es tiempo de hacer un análisis preciso para entender qué está en juego.

Una vez más. Boca práctico. River impotente. Boca es foul táctico sistemático y tranquilidad. River atado, repetitivo, predecible. Se mete en el embudo y la trampa del “sleep team” -como lo llama un amigo- y ese Boca deslucido lo duerme. Duelen los ojos al verlo. Pero gana, tiene oficio para estas “bravatas”. River desorientado. Boca que se que queda con los puntos y la materia prima para las cargadas. River, otra vez “punto”.

Boca no luce, ataca poco y nada, aguanta metido en el área. No le interesa la estética ni el toque ni cómo se generan las situaciones de gol. Aguanta, espera, sabe que una va a tener. Y cuando la tiene -increíble- te abrocha. ¿Y River, qué? Voluntarismo puro, pero lejos, muy lejos de la épica. Un partido calcado al de Resistencia. Cerrado, aburrido. Ledesma le gana a la lentitud de Ponzio, que cree que es Iniesta y rifa la bola en zona roja. El repatriado volante de Boca gana el fondo con decisión. Jamás da por perdida la pelota y saca un centro imposible. Abecasis que retrocede caminando como distraído y Mouche que se relame y lo traduce en gol.

Con un cabezazo limpio, sin que nadie lo moleste. Como indica el manual, de pique al suelo. Entonces, esa muralla de forzudos y sacadores abre sus alas y se hace infranqueable de arriba y de abajo. Con Schiavi e Insaurralde que empiezan a abusar del pelotazo, de las faltas en la puerta del área pero también por las facilidades que otorga el livianito Rogelio Funes Mori y la preocupante sequía de Cavenaghi.

River nunca tuvo variantes. Se repitió en el esfuerzo descomunal de Sánchez, que luchó, guapeó, se puso el equipo al hombro pero no encontró socios ni una gota de talento entre sus compañeros. Cirigliano se hizo eje de circulación y líder espiritual. Pero sin habilidad, sin engaño, sin talento. River no es River. Tuvo la posesión del balón pero no supo cómo progresar, quebrar lineas, asustar al rival. De hecho, ayer no tuvo quien rompa por izquierda -cuando entró, Ocampos se tiró al medio- . Y parece que el Maestrico necesitará mucho rodaje.

Por lo expuesto, la dependencia de Domínguez es absoluta y preocupante. Resulta insólita la incorporación de Ponzio, mientras Aguirre sigue relegado. Preocupante lo de Trezeguet. Dudas en los laterales. No hay equipo de memoria. Demasiadas cicatrices que se vuelven a abrir justo en el momento en que hay que subir el Aconcagua. Sí o sí. Dije “bravata” antes, porque estas derrotas nacen de una desproporcionada necesidad de mojarle la oreja al eterno rival. Sin medir consecuencias. El cuero lo pone el hincha, cuyo orgullo no sabe de renunciamientos. Pero hay un límite.

De tan curtido que está ya parece anestesiado. De todos modos, cuando sacaron las banderas negras creí que volvían a abandonar. ¡Caraduras! Habrá que evaluar más equilibradamente que la pasión y el negocio del brazo pueden terminar siendo el peor negocio. Las secuelas anímicas de las dos derrotas llegan a destiempo. Almeyda deberá enfrentar de manera urgente su recuperación. Hay poco tiempo, se viene Almirante en Casanova. Una final.

Rifar autoestima y confianza echa por tierra cualquier beneficio económico. Se había advertido el riesgo de la imprudencia. Un discurso camuflado de “seguridad” cuando posiblemente el contenido subliminal era otro. No era miedo, era cuidado. River aceptó sobreactuar este desafío cuando el equipo todavía sigue en estado de gestación. A nadie le gusta ser “punto”. Y River solito se metió en la boca del león. Un verano para el olvido. La mejilla puesta para el cachetazo. Ojalá nos despabile de una vez y volvamos a ser “banca” y aparte “el más grande”.