Hace 20 años, érase un fútbol de oscuros presagios. Los 90. Andaba la gambeta desorientada, extraviada de rutas que inspiraran cortadas, diagonales y curvas, abismos de sombreros. El túnel sin salida, el hilo sin cabezas de alfileres a la vista. El juguete más hermoso, rabioso y maltratado esperaba una nueva aparición para ser domesticado.

Reinaban la pisada resbaladiza, el empeine despeinado, el freno sin pastillas, el taco sin tiza. El chicle estaba reseco y resquebrajado. El pecho un frontón, la pausa desahuciada. El toque corto y el control, conceptos malditos del vértigo y el descontrol. Erase un fútbol sin sonrisas y olés.

Hace 20 años debutó un duende. El cielo se rompió y bajó una estrella hasta la Puna. Llegaba de Ledesma. Tenía 16 años. Su estilo engolosinaba. Sus pies traían el azúcar pegadizo de su tierra. Pudo elegir entre “el acomodo” en Boca o el desafío de River. Se dejó llevar por el corazón y su intuición. Había nacido para las paradas grandes.

El Monumental lo abrazó. El pueblo millonario recuperó los sueños, la alegría de los domingos. El fútbol, la emoción, la gracia y la magia.

El chiquilín hizo hablar a la pelota, rompió cinturas, quemó pizarrones, ridiculizó a las momias que lo marcaron. Esquivó mil clavos, tapones con dardos, miró para un lado, hizo lo contrario, engañó a los sabios de laboratorio.

Hace 20 años bajó un ángel alado. Eligió la banda, fue wing en la vida y en la cancha. Enseñó a picarla, desafió la física, dibujó parábolas inimaginables. Convirtió la materia, la hizo penetrable. El genio invisible pasó entre mil piernas, se hizo agua entre las piedras y escurrió su danza.

Hace 20 años hubo un Torquemada, Para los troncosos y los chichipíos Y los cazadores de lo imprevisible. Revivió el potrero y la zapatilla, la ampolla y la llaga, sangre viva del cuero… Necesitaron de un cincel para despegarla.

Hace 20 años érase un frío fútbol de estatuas de granito Y botines con puntera reforzada de acero. Nunca alcanzaron ni a rozarlo, los escultores picapedreros. La única herida que conoció el Burrito Ortega es el paso del tiempo. La pelota se va quedando cada vez más sola. Hace 20 años se producía la celestial simbiosis: Orteguita y la pelota son la misma cosa. Y el juguete rabioso y caprichoso, otra vez domesticado.