Nos sorprendimos cuando Chiarini estaba desencajado en la manga y no entendíamos por qué. Nos agarramos la cabeza incrédulos cuando escuchamos que habían agredido al plantel. Nos desbordamos de bronca e impotencia cuando lo vimos a Ponzio con los ojos vidriosos y totalmente enceguecidos entre el ardor y la angustia, o a Kranevitter sentado cerca del túnel con manchones naranjas tratando de recuperarse. Nos llenamos de orgullo cuando el General Gallardo les hablaba como un padre a sus soldados tratándolos de calmar y D´Onofrio entraba corriendo al campo de juego para defender lo nuestro, mientras Arruabarrena y su pandilla eran un mar de descontrol y de ira porque sentían que la situación se les iba de las manos. Nos salió del alma putear mil veces a la pantalla del televisor cuando Orion dio la orden de saludar a la barrabrava antes de abandonar el estadio, o cuando seguían volando botellazos de los cuatro costados y la policía no hacía nada, o cuando escuchamos a Angelici hacerse el desentendido de la situación. Nos reímos fuerte cuando en los días siguientes nos hablaban de escritorios sabiendo que iban perdiendo y ni nos patearon al arco, y que encima recibieron una sanción 800 veces más leve de la merecida.

¿Cómo olvidarse de aquella noche del 14 de mayo del 2015? Imposible. Hay sucesos en la vida en los que siempre vas a recordar el lugar y la situación en la que estabas en ese momento, y éste será uno de ellos. Fueron casi dos horas eternas, que nos dejaron miles de fotos en el recuerdo que guardaremos en la memoria durante la eternidad. Porque no sólo hicieron famosos a todos los panaderos del país y rompieron los récords de venta de pan durante varios días, sino que además provocaron el acto más humillante posible ante los ojos del mundo. Y de ese papelón sí que no se vuelve.

Los carriles de la vida maravillosamente se cruzaron en tiempo y forma para que el clásico se vuelva a jugar allí en esa misma fecha del calendario. Sería absurdo plantear que Gallardo nos debe algo a los hinchas, después de todas las alegrías supremas que nos ha regalado tanto a nosotros como a todas las generaciones posteriores. Pero el Muñe lleva en su ADN riverplatense esa sangre competitiva y superadora, y sabe en su interior que a su ciclo como DT le falta una victoria contra ellos en torneos locales, y en la Bombonera. Tiene en claro que su historia en el banco de River merece que una tarde se vaya sonriente de ese estadio después de haber jugado 90 minutos completos, y levantando el puño como a él le gusta. Y el domingo es la gran oportunidad de poder cerrar ese círculo soñado. No podemos dejar pasarla.

Por eso queremos y necesitamos ganarles, para respirarles en la nuca y que se sientan intimidados hasta el final del torneo. Ganarles para vengar ese atentado cobarde que provocaron ese mismo día dos años atrás, porque sintieron desde el minuto cero que nunca iban a poder superar jugando al fútbol a ese plantel gigante que no se dejaba intimidar por nadie en ningún lugar. Ganarles once contra todos, pero esta vez que sea sin gas pimienta. Sabemos que ante cualquier resultado se van a ir cuando falten 15 minutos, pero no queremos que vuelvan a abandonar cuando falten 45.

“Disfruten estos 90 minutos y los recordarán para toda la vida. Por ustedes, por nosotros, por sus familias.”, decía un fragmento de aquel video motivacional que preparó Ramón la tarde del Ramirazo que cambió nuestra historia para siempre. Es una buena ocasión para retomar esas palabras y tratar de festejar nuevamente en ese vestuario, y que ellos y su gente se vuelvan a hundir en el más profundo de los silencios. Vamos, River de mi vida. Ansiamos que nos regalen otra página de historia inolvidable.

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