Disculpe, Almirante. ¿No será mucho cuatro? No se nos vaya a ofender, Don Brown, “Padre de la Marina Guerra, nuestro “Capitán de Mar y Guerra” en la lucha por la independencia de la Banda Oriental y el Río de la Plata.

Cabe recordar lo mal que había quedado la flota del Pelado luego del traspié con el Decano hace una semana atrás en el Monumental. Para retemplar ánimos, para dar vuelta esa página temblorosa que combina muy buenas y muy malas, este River planificó su excursión a Madryn como una prueba de carácter. Y terminó venciendo con gran autoridad al equipo de Dalcio Giovagnoli (discípulo de la Escuela de Renato Cesarini, campeón con Newell’s en 1988) . Un equipo recién ascendido de la “B”, pero que conoce muy bien sus limitaciones y que quería extender su racha ganadora. De hecho, no quiso dar ninguna ventaja.

Más que respetable la indeclinable postura de la dirigencia de Brown de no salir de Chubut. Previlegió a sus socios y homenajeó a su pueblo, antes que el negocio. “Rara avis” para estos tiempos, pero que también abre otras lecturas. Brown entendió que este era su partido “histórico”. River en Madryn. Algo “único” y probablemente irrepetible. De allí que desplegó toda su logística. Defendió su localía a rajatabla y optó por entablar la lucha en su pintoresco reducto, el estadio Conti, de 105 x 72 metros. A River le tocaba una carta brava, entonces. A saber: concentración absoluta. Oír a medias los “melifluos cantos de ballenas” que provenían del calor de la gente que llegó desde toda la Patagonia. Cero turismo. Cero distracción. Un periplo peligroso, contra vientos, cenizas, motivaciones extremas del rival y esa canchita que quiso y no pudo angostar sus intenciones. En todo caso, si se lograba el objetivo, ya habría tiempos para apareamientos. Hasta ahí, bien gracias.

Y así fue, Almirante. El Pelado tomó los planos de su fragata e incursionó en la Patagonia. River hizo de este partido un viaje de resurrección. Volver a ser algo del equipo contundente, goleador y compacto que suele ser y sábado por medio pierde la memoria. Más que avistaje, como Jonás logró meterse en el vientre del cetáceo para purgar todos los desequilibrios expuestos contra el Decano. Se metió en las entrañas del equipo Peninsular. Cumplió. Dio muestras de estar vivo, picante con dos o tres aspectos a destacar. A) la importancia de hacer el primer gol en partidos tan cerrados. B) la inclusión de Aguirre. Determinante en la locomotividad. C) la fuerte peronalidad del equipo en las montoneras que intentaron llevar el partido al terreno de la “guapeza”. Nadie arrugó. Inclusive el central albino Stang –el malo de la película- lejos estuvo de emular al asesino Silas del Código da Vinci.

Claro que el partido duró un tiempo y 16 segundos. Allí se terminó, todo. Cuando el 2-0 puede ser el peor resultado, River lo convirtió en el mejor. Antes del gol de Ocampos, hay que mencionar que el partido era incómodo, apretado. Que durante los primeros 10 minutos Chichizola pasó algunas zozobras en un gol anulado por off-side a Zanni y un remate de Diego Jiménez. Nunca ganó de arriba. Pero River sí mejoró en los muchos cambios de frente y llegadas por sorpresa de los laterales. Especialmente de Abecasis, un pistón.El Chori fue el medio punta que todos queremos. Gambeteó en la zona roja. Y de su habilidad nació el primer gol. Le picó la pelota a su marcador por izquierda que lo fauleó. Corner corto y potente al primer palo para la entrada de ese “animal” que es el pibe Ocampos. Tremendo cabezazo, gol clave.

Y después lo dicho. Tras el segundo, River se lo devoró. No bajó nunca el pie del acelerador. River fue River y al partido le sobraron algunos minutos. Aunque afinando el ojo clínico, River perdió todas las pelotas que cruzaron el área por arriba. Quizás el punto más flojo del equipo. Si bien la “Jirafa Maglio” sufrió una Odisea para llegar debido al problema de los controladores aéreos. Esta vez, nos dio una manito. Le anuló un mano a mano al nueve de Brown en la primera mitad y un gol legítimo luego del 3-0, mal asistido las dos veces… Después, vino lo que la gente quería: el show del Cavegol. El cuarto a la ratonera, letal. Es cierto muy favorecido también por un Pereyra, muy pesado, que se pareció a Chilavert en la hora de su retiro. Y el gol del “honor” de Bottino en pared con Maglio, una compensación que no mancha su honor Almirante.

Para concluir el periplo, me queda un apostilla imposible de soslayar. Algún vivillo de la omisión local propuso jugar con una camiseta azul de vivos amarillos. Lo frenaron para evitar provocaciones. Madryn vivió una fiesta y hubiera sido una lástima ensuciarla. De más está decir que nuestro respeto Almirante trasciende esas cabecitas locas. Incluso, el hecho de que su casa haya sido la famosa Casa Amarilla, donde funciona su museo y sus terrenos son ocupados por las inferiores boquenses. Con todo respeto, esos terrenos que alguna vez fueron el Mercado Nacional de venta de Papas le dieron el nombre de “bosteros” a nuestros primos. Allí se desparramaba la “bosta” de los caballos que hasta el día de hoy nos impregna de olor. Usted sabrá entender hay reminiscencias insuperables. Por eso. No se chive…este dato nos motiva más ,aún , y felices que nos hace “el cuaterno”. Usted perdió una batalla y no la guerra, ni la gloria. River se sintió “Hércules” por un domingo, igual que aquella fragata con la que conquistó el Atlántico Sur. Se recuperó la fuerza. Ahora le quedan varias hazañas. La primera, el Minotauro Canalla, en casa.
Se me hace cuento que su sangre criolla de irlandés hidalgo respondería al… “¿no será mucho, Almirante? Faltaba más, River Plate… para el pueblo lo que es del pueblo”.