“No somos el Barcelona”. Lo aclaró el Muñeco, pero tampoco era algo que no supiéramos de antemano. Es una frase que podría haber dicho cualquier entrenador de fútbol del mundo salvo uno, aunque se entiende por qué la usó el de River.
Después de escuchar a Gallardo me puse a pensar qué pasaría si fuésemos el Barcelona, cómo sería la vida si alentáramos a ese equipo. Seguramente sería más fácil, pienso, pero también más aburrida. La liga española es un holograma, no existe. O en tal caso existe una liga apócrifa que es uno contra uno, a lo sumo con algún invitado más de ocasión; Real Madrid, Barcelona y el mejor de los mortales que asome en el momento como para pelearles bien desde atrás, una vez por década, más o menos. Es una liga boutique en la que los puntos se restan, no se suman: cada partido para los dos grandes está presupuestado como ganado de antemano. La resta, eso es lo realmente determinante. El Barsa y el Real arrancan la temporada con todos los puntos ya obtenidos; y esa sustracción, ese puntito que remotamente queda en el camino por un error de la matrix contra un Éibar cualquiera, puede figurar un océano de distancia indescontable entre ambos dos durante todo el año. Qué aburrido, sí.
Acá es diferente, analiza bien el Muñeco. Ahora, por ejemplo, se viene Unión. Y, sin ánimos de ofender ni mucho menos, casi nadie sabe muy bien quién juega en Unión, apuesto a que una buena mayoría no está del todo segura de si el técnico es Kudelka o Madelón, que para mí son la misma persona. Seguramente nadie vio jugar a Unión en lo que va del semestre, si es que jugó. Y viendo los números en el torneo, no le está yendo muy bien: anda decimonoveno cómodo, anteúltimo si el corte fuera de veinte equipos como sucedería en cualquier campeonato con una estructura medianamente seria. Pero sin saber mucho, sin saber casi nada en realidad, lo vemos a Unión como poco menos que un cuco. Tampoco la pavada, ya sé, pero de antemano sabemos perfectamente que ese partido puede ser una carnicería, que puede ser tan o más disputado que el del sábado pasado contra un Rafaela que tampoco tiene un solo nombre conocido en sus filas, que hasta que arrancó el partido nadie sabía si lo dirigía Llop, Astrada o Sensini, que según mi teoría siempre fueron los técnicos de Rafaela desde su fundación y se van rotando ad eternum. Rafaela, ordenadito, con bastante hambre y sacrificio, nos complicó la vida. Y River lentamente parece ir jugando cada vez menos. Parece involucionar, perder nociones que uno creía ya adquiridas, perder madurez como Benjamin Button. Pateó apenas cuatro veces al arco, River. Cuatro. Y evidentemente, como bien dice Gallardo, esto va a ser así de acá en adelante. Va a haber que arremangarse un poquito más, saber leer los momentos de los partidos. Porque no somos el Barcelona ni lo seremos, pero a veces da la sensación de que algunos jugadores piensan que sí lo somos, que podemos darnos el lujo de pasar una línea de rivales y volver a tocar hacia atrás como toca Messi sabiendo que de un momento a otro va a quedar un tipo mano a mano, no con el arquero sino con la red directamente. Lo sabemos, lo sabemos bien; yo lo vi en una plateíta del Monumental de Yokohama el último diciembre y me volví un poco loco: no había nada para hacer contra esos tipos, era desesperante. Te cansan, te cansan, tocan, tocan y, cuando se lo proponen, pum. El Barcelona es el único equipo que puede jugar a lo Muhammad Alí, flotar como una mariposa y picar como una abeja. Y River hoy flota, flota y sigue flotando y después de un rato flota un poco más y a veces se termina cayendo al suelo. Y ahora que lo pienso creo que la declaración de Gallardo fue un mensaje para sus propios jugadores: muchachos, no somos el Barcelona. En todo caso, el Barcelona es Unión: este jueves es la final del mundo y hay que estar a la altura.
+ EL GOL: D’Alessandro definió el partido.
+ TABLA: Las posiciones.
+ DT DE UNIÔN: “La final del mundo”.