Alta, bien alta la moral. Y alto, bien alto “tu grato nombre”. River cantó Aurora en San Juan. A horas de la conmemoración del primer izamiento de la bandera, su increíble hinchada se fue flameando el Manto Sagrado.
El Millonario enarboló una victoria fundamental de cara al choque del viernes con el cervecero. Un triunfo en tierra cuyana, al pie de la cordillera. No fue un terremoto, pero supo robarle la sangre a sus históricos caudillos.
Retomó la punta en base a una confianza que despacito va creciendo, está vez mucho más sustentada en la contundencia que en el funcionamiento. Una victoria que tuvo muchos atenuantes para no ser lujosa, pero que por sobre todas las cosas tuvo carácter.
Todo arrancó con un vientito caliente en contra que sopló durante los primeros 15 minutos, cuando Desamparados le ganó la pulseada del anticipo en la mitad de cancha. En el análisis final del partido, fue sólo un soplido, pero alcanzó para inquietarse.
En la previa preocupaba cómo reemplazar a los ausentes. Sánchez, ese tractorcito de tracción a sangre que va y va por derecha. La salida limpia del uruguayo Díaz, que venía en alza y la pausa del Chori, para tener la pelota y darle destino claro. Por suerte, las “saudades” duraron lo que un suspiro. Fueron minutos de acomodamiento, cuando los volantes del “víbora” se mostraron más veloces que la dupla Cirigliano-Ponzio y Ocampos, a quien la diez pareció pesarle. Hasta ahí, incómodos.
Sin embargo, cuando todo parecía indicar que el pleito no era “moco de pavo”, despacito fue creciendo Ponzio, que fue de Leo a “León”. El ex Zaragoza recibió de Cirigliano y remató desde afuera del área, y el arquero de Desamparados rememoró al inefable peluquero de la contra. Se tiró para la foto. Faltó decir: ¡No me peguen, soy Giordano!. La pelota le picó inocentemente antes que su cuerpo se arrojara sobre ella. Y si, era para matarlo… Tanto que la infinidad de botellitas de plástico que caían desde la tribuna local manifestaban el desagrado de lo que había empezado a gestarse.
Fue ¡clink…caja! Y ahí apareció otro River. Más aguerrido, luchador, más metido y concentrado. Con Abecasis intentando ser salida y, aunque lo molieron a patadas, sin achicarse. No encontró sociedad en Aguirre –se lo vió perdido-, pero anduvo bien el “mellizo delantero”, que exigió siempre arriba, al punto que enseguida pudo marcar el segundo con un furibundo remate cruzado que besó el palo del “coiffeur”.
En la segunda mitad, ya con el control del juego, que cada vez fue levantando más su nivel, Cavenaghi mostró su faceta asistidora y hasta se desentendió de su rol tradicional. Jugó para donde más se lo necesitaba. Aprovechó la explosión de Funes Mori –uno de los puntos más altos en el aplausómetro- y, en una doble pared exquísita que arrancó detrás de mitad de cancha, llegó la segunda conquista. Finísima en el botín derecho del torito y su cara externa y también en el pie bien abierto del pibe tan cuestionado, que definió con gran categoría.
Después se selló el resultado con la subida y la presencia de Ramiro en el área, al que otra vez, el homónimo del inefable y farandulesco “peinador” bostero le quebró su endeble resistencia. Vinieron los cambios, y con ellos también algunas pequeñas distracciones, como el golazo marcado por Anívole –para un cuadrito- en una escalada espectacular y otra llegada en simultáneo por la misma banda que conjuró bien Vega.
Ya con la cabeza puesta en el alambrado que nos va a tender Caruso el viernes, River se fue del partido. El Keko entró cuando se laguneaba y da lástima pensar que se puede estar dilapidando su madurez. El que tiene en claro cada oportunidad que le dan es ese prodigio de fe que es el “egipcio” Trezeguet. Quizás la síntesis de lo que fue River. Salió a buscar su gol y lo obtuvo. Pide cancha, aún sin estar 10 puntos físicamente. Igual que el Millonario, que salió a recuperar la punta y no se amedrentó ni siquiera con las ausencias.
Ni los mitos del Zonda, la virgencita de los Desamparados, la Difunta Correa y las prédicas del apostol Juan. ¿Que no lució? Es cierto. ¿Que no brilló? También. Pero que dio muestras que paso a paso el objetivo de ascender está más presente que nunca. No gustó, pero haciéndole honor al pabellón nacional, gritó “Aurora”. Fue un águila guerrera y la Banda Roja, más que nunca “alta en el cielo” del campeonato.