Es la nobleza de un grande. La del Burrito, el último gran ídolo de River. Ese que tiene altibajos emocionales y no los esconde. Pone el carro detrás de los caballos. El equipo por delante de él. Alguien que ha conseguido desenmascarar el narcisismo y el egoísmo del futbolista moderno. Que le ha dado todo al fútbol argentino y a River y probablemente mucho más.
Ortega, por su calidad, siempre tuvo un nivel de autoexigencia que por momentos pareciera impiadoso con él mismo. Acaba de jugar un gran partido contra Argentinos, pero esos autorreproches permanentes que se hacía, cuando la cámara lo enfocaba de cerca parecían propios de alguien infeliz con su producción. Parece mentira que con todo lo que ha brillado todavía parece seguir rindiendo examen consigo mismo.
Pero es así, todavía no puede derrotar al “aguafiestas” que lo persigue por dentro. Le ha puesto mucha garra a su recuperación y de eso dan fe sus actuaciones. Hay una vuelta de tuerca que ya ha dado y es hacer conciente su enfermedad y compartir entre cuatro paredes con los especialistas que es lo que verdaderamente le pasa. Su nueva ausencia es una incógnita. Pero parece suponer que de nuevo le falta recuperar la felicidad de volver a estar dentro de un campo de juego.
Esa es la materia que Almeyda parecía perdida y pudo aprobar. Ortega todavía no encuentra ese eje tan difícil de hallar. El equilibrio y el goce que el juego y la competencia le puedan proporcionar. Y es probable que ya no lo encuentre más. Por supuesto que como hinchas de River es lo último que deseamos. Lo único que queremos para él es que recupere su paz interior y devolverle algo de todo lo que nos regaló en las canchas del mundo.
Que Ortega hoy diga que no puede es otro acto que lo ennoblece frente al público millonario. Y es un espejo para toda una generación de pibes a los que le han adelantado el reloj biológico. Me refiero a aquéllas que aceleran sus procesos en aras de salvarse rápidamente y terminan odiando el fútbol a los 30 años. Hoy Ortega dijo “no”. No es fácil resistirse a la fama, el dinero y el poder. El fútbol profesional tiene eso de “máquina de picar carne”, que ni siquiera los artistas como Ariel lo pueden soportar.
La sensibilidad de los artistas se sostiene, fundamentalmente, con amor. Y para eso estamos Burrito. Para que sientas que todos sabemos perfectamente que volviste a River a ofrecer tu corazón. Por eso, cuando vuelvas a escuchar el Orteeeeeé…es la voz del pueblo de River que te estará ofreciendo el suyo. Nos vemos…donde seas feliz.
Imagen: Fotobaires.