Y un día Dios nos escuchó. Y volvió casi arrepentido de tantas distracciones. Y nos regaló una fiesta inolvidable. Y nos regaló un equipo, de la mano de ese “negrito” casi olvidado. A “estos soldados de River”, a este montón de “nadies” que ayer nos mezclamos todos como metáfora que tiene el fútbol de igualarnos. Que hicieron malabares para estar. Pero que hicieron también lo imposible para decir presente desde muy lejos, desde tempranito. Vía mail, Internet, desde todo el mundo, para hacernos sentir que iban a estar. Desde donde sea y de la manera que fuera. Y entonces, Dios volvió, porque descubrió esa fe inconmensurable, arrasadora, que venía de la historia.
Con Passarella, Jota Jota, Fillol. Porque vio como el Facebook explotaba de acompañamiento. Y el celu se bloqueaba de mensajes de texto, con historias desde los micros. Con cientos de “estamos llegando”. Todos cantando, rezando y amando. Como esa señora que llegó de Arroyo Seco con 78 años, por primera vez, traída por su hijo que además era hincha de Boca. Y toda esa legión que entendió que lo único que quedaba era “venir a ofrecer al corazón”.
Yo estoy seguro de que bajó. Que se coló para ayudar a entrar ese trapo conmovedor. Que como un gusano gigante trepó la popular y nos regaló esa postal inigualable. Que llegó como un relámpago para enderezar la historia. Que supo que muchos “nadies” necesitábamos esta alegría para seguir arrancándole placer a la vida a pesar de todo. Que éramos muchos los que allí estábamos que no pudimos juntar los pesos para ver a Paul. Y que ya era tarde para “yesterday”, que veníamos por un “aquí y ahora”. Que ahí estábamos, sin dramas, todos mezclados. Desarrapados, turistas, laburantes, desocupados. Todos, sin distinción. Bailando en el anillo, con los pibitos en los hombros. Mirándonos en el espejo de esos murales que tanto tienen de nosotros. Diciéndole al rubio de al lado: ¿Do you like the match? -en un angloargento medio pedorro pero entendible. Y el tipo con “Julia Roberts” al lado contestándome: “¡Oh, yes! it´s the happiness”.
Y yo que le señalo el corazón y el que me responde. ¡Oh, si! this is the heart. Y sí, hermano, ésta es una raza dura y sensible de corazón. Por eso creo que el de arriba volvió. Con los “ángeles guardianes” a la cancha, con los “habitantes del infierno” en las tribunas. Y se empapó de “delirio y carnaval”. Ese fervor estremecedor que solo puede proporcionar el hincha de River. Por eso, también nos perdonó los excesos de argentinidad. Y nos habilitó ese “sólo le pido a Dios” del final. Es que tantas veces nos dieron por muertos y nosotros cada vez más vivos. Que era hora de hacerles sentir que se siente.
Y nos regaló un equipo que vino a dar la “vida y el corazón”. Que jugó una final. Que casi como otra señal divina le tocó atacar para el lado del río en el segundo tiempo. Como había sido toda la vida. Que desde el minuto cero al noventa, tuvo autoridad, orden y amor propio. Que no tuvo un león, sino 11. Que el negrito sabiamente supo acomodar y que no se le cayeron los anillos cuando puso a Arano para achicar cualquier margen de error. Vi al mismo negro, feliz, ese que Carrasco dijo que era el que daba las charlas técnicas mientras Angel elegía los actores.
Que tuvo gestos conmovedores de solidaridad. Como cuando Pavone en el cambio le dice a Funes Mori: “Ahora andá y metela vos, pibe”. De insolencia, en el pechito de Carrizo al minuto. De talento en la zurdita picante de Lamela y de mucho futuro en el cambio de ritmo y la aceleración de Pereyra. En la recuperación estupenda de Acevedo y el profesionalismo de Maidana. ¡Que gritó el gol y se abrazó con sus compañeros, aunque hayan relatores ciegos o con discursos armados para jorobar! Como tantas bobalicadas que le tiraron a Jota Jota en la semana.
Párrafo aparte para el León que también se acordó de Cappa, su don de gente, y el trabajo fino y humano que le dejó al plantel. Y ese final de video, de ramillete humano gritando “despacito, despacito, despacito” y el Tanque, ya ídolo por toda su entrega, tirando su remera a la Sívori baja. Y como si eso fuera poco, de yapa, el barba nos regaló el “sexto sentido”. Yo vi gente muerta, como hacía rato no la veía. Se hicieron humo entre un mutismo alarmante.
Se fueron esfumando entre candelabros de velorio a los diez del segundo tiempo. Una variante de las banderas negras. Estaban entregados y Dios escuchó la marcha fúnebre más potente de los últimos años de una hinchada a otra. De este lado, todavía late, imborrable: la fiesta inolvidable.
Gracias Dios por hacerme de River, por el fútbol, por “los nadies”. Por haber sido parte de ese recibimiento junto a mis hijos y todos esos gringos que lograron encenderse junto a nosotros como nunca pudo el “pecho frío” que abandonó.
