Martes, cinco de la tarde, los nervios ya me venían hablando hacía unas semanas pero ese día se les dio por charlar largo y tendido. Faltaban dos horas, en mi cabeza iban y venían las ideas sobre todo lo que podía pasar y sobre todo lo que no.
Me habían dicho que fuera preparada a la fiesta, que iba a ser espectacular, que la íbamos a pasar genial e iba a haber de todo. Así que además de los nervios también se apoderaba de mí la ansiedad. Pero esa ansiedad de la buena, la que te hace imaginar el mejor de los panoramas. Esa ansiedad que ya te hace poner contento de ante mano, como si en el fondo supieras algo.
Y ahí fuimos. Por supuesto y como siempre todas las calles estaban teñidas de rojo y blanco. Me voy a copiar a mí misma una vez y repetir que la calle era nuestra, la habíamos comprado.
Fueras quien fueras estabas invitado, eras partícipe, cómplice. El sentido de pertenencia que genera River es difícil de asemejarlo a otra cosa. Creo que ni la política, ni la religión nos hace tan fieles, tan leales. Tan comprometidos. Tan incondicionales.
La fiesta ya se nos hizo costumbre, hay que sacarse el sombrero y aplaudir de pie a la Subcomisión del hincha y a toda la gente de River por la dedicación en el armado y por malcriarnos a todos con esos recibimientos históricos que se solían hacer en partidos destacados, pero que actualmente son algo cotidiano en el Monumental. En lo personal, cada nueva celebración supera mis expectativas, nada de lo que pude haber imaginado es lo que es cuando finalmente sucede.
Me habían invitado a una fiesta, hoy prácticamente somos el fondo de pantalla y la foto de portada de todos los hinchas. Aunque hay algo que es muy importante destacar: puede haber banderas de todos los motivos, gorros, carteles, fuegos artificiales y bengalas; pero la fiesta la hacemos los hinchas.
Nosotros, que fuimos a la cancha empilchados como si fuéramos a nuestra propia fiesta de casamiento, que elegimos qué camiseta usar para ese día, que respetamos todas las cábalas. Nosotros, que nos movemos de una punta a la otra con tal de estar, con tal de poder vivirlo, con tal de pertenecer y ser parte. Nosotros, que nos reconocemos en la calle por los colores. Nosotros, que llegamos con una alegría inmensa contagiando a todos los que van llegando. Nosotros, que no paramos de alentar y cantar ni un minuto, que izamos las banderas, que defendemos y respetamos los colores, que arengamos a los jugadores, que alabamos a nuestro técnico. Nosotros, los hinchas, somos la fiesta.
Y está bien que no haya un día especial para hacer semejante recibimiento, está bien que sea algo de siempre. Remitiéndonos a lo más cercano hubo una fiesta impresionante por los cuartos de Copa Libertadores en lo que fue el partido ante Wilstermann; la hubo también el martes pasado por semifinales ante Lanús, y la va a haber en unos días en lo que será un nuevo Superclásico. River no se cansa de festejar, y no tiene que ver con resultados, aunque la verdad es que venimos muy bien. Tiene que ver con la incondicionalidad, porque en las buenas festejan todos pero en las malas la mayoría abandona.
Cualquiera está a tu lado si te va bien y estás contento, es muy fácil, sólo hay que felicitarte y aplaudirte. El amor de verdad se ve en los tiempos difíciles. Te tiene que nacer estar siempre, como nos nace a nosotros.
Acá se gane, se empate o se pierda se festeja igual, en River la fiesta está siempre porque nos sobran los motivos. Celebramos ser parte de un club hermoso, celebramos tener los jugadores que tenemos y por sobre todo ser comandados por semejante líder. Celebramos volver a ser River. Celebramos la hinchada que tenemos en todo el país, encontrarnos en cada lugar al que vayamos, hacer de cualquier sitio de visitante un lugar de local, un hogar. Celebramos ganar, y también celebramos los nervios y la incertidumbre que se genera cuando estamos obligados a dar vuelta una serie para poder pasar. Y celebramos, por supuesto, cerrar bocas.
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