Querido Spinetta, “donde estés, buscando el más allá del más allá, hecho hoja o ceniza en el viento que te lleve…”, te cuento que el Millo le ganó a Chaca, que es puntero, que Ocampos soltó su alma de gorrión y nos/te regaló un gol de esos que pide tu alma.
Flaco no te vayás, Flaco vení… A ver si tomamos unos mates y el cielo se hace cielo, sin que te asesine la soledad. Es que son épocas donde habría que hacerse una transfusión Spinetta y alquilar el anillo del Capitán Beto, el que ahuyenta los peligros del cosmos, ése que te salva del destino precario. Vos sabés que River no está para la contemplación estética. Y sin embargo, por más que Almeyda cambie de figuritas y de táctica, la realidad le demuestra que no se puede tener fe simplemente con la razón. Porque aunque lo que prevalezca en estas horas es la necesidad de ganar, para recuperar la tranquilidad, no se triunfa con autoridad. Ni siquiera el equipo transmite paz interior. Un día juega Abecasis y no Vella, y otro día intenta un 4-4-2 porque le agarraron la mano y todo es confuso.
Ganó, comparte la punta, Flaco, está en un tránsito pero lejos, tan lejos, de ser “alma de diamante” como de regalarnos certezas. Si hasta al Chori se le vio el piolín y el Torito se fue de boca. Los dos, cegados por el individualismo, casi empañan la tarde; no fue así por la grandeza de Ponzio, que desde fuera de la cancha intercedió para que no terminemos en “Intrusos”. Igualmente, el rosarino por ahora fue más útil desde afuera y debería ir dejándole el lugar a Aguirre. Y me pregunto: ¿La cintura del Keko para cuándo?
Todo con poco vuelo, Flaco. Apenas un poquito arriba de un rival que es de terror y tiene que improvisar al “Tomatito” Pena de cuatro. Escatológica metáfora. A la cagada del defensor funebrero en el primer gol se la coronó con el ingreso de “Piz”. Too much. ¿Y River, qué? Después del 2 a 0, una “plegaria para un niño dormido”, sin ambición. Hasta que empujando por su gente resucitó el “rezo por vos” que nos atraviesa del fondo de la historia. Y se arma una fiesta de la nada. Porque vive en la esperanza de volver a ser. Como vos alguna vez dijiste: ¡No me vengan con que todo tiempo pasado fue mejor! Esa gente que mantiene en alto su fe poética. Y no para nunca de cantar, porque tiene en su ADN tu mismo alimento, “el arte”. Eso que llamamos “fútbol arte” y que nunca nos va abandonar, aunque ayer no apareció más que “barro tal vez”. ¡Está! Es invisible, intangible, es de “Jade”, parece un “pescado rabioso”.
Flaco, andá rajando y buscalo al Gordo Troilo, acercale un banderín de River Plate, como el colectivero de Haedo, y explicale que hay un millones de jinetes de bicicletas de cristal que sienten que la eternidad los alcanzó. Que no son hinchas de River de casualidad. Que están orgullosos y se golpean el pecho. Que acá todavía nos queda Charly para deleitarnos y para desbaratar las “filosofías baratas y los zapatos de goma” que confunden algunos tilingos con “gambetas y buen pie”. Esa aquiescencia que se les rebela desde el tablón y dan lo que los jugadores no.
¡Flaco no te vayas, Flaco vení…! Si tu poesía es nuestra “almendra”. Si es que tus sueños son luces que nos entornan, nunca ha de morir tu luz. Por eso, canta la gente de River. Porque sus sueños son más importantes que su presente. Hasta luego, Luis, vos te das cuenta que el amor a River nunca ha de morir, nunca. Buen viaje y hasta el domingo, ¡Flaco inmortal, riverplatense del infinito!