Podía suceder. Corrientes es mítica y River presta su ingenuidad para que la leyenda, los milagros y la ciencia ficción aparezcan. Parece hasta adictivo dejar las ventanas abiertas para que algo malo suceda. Estaba escrito, no daba ni para un segundo de siesta. Sin embargo, volvió a pasar: “Cocodrilo que se duerme es cartera”. Insólito. Ni Bradbury, ni Asimov hubieran imaginado un final tan injusto y doloroso. Núñez, justamente Núñez, nuestro verdugo. Y Mederos en el banco. Y este “….unidos” que me hacía acordar a los colores de España y el palizón del viernes en la Davis. Una conspiración, un absurdo más.

Pero los merecimientos y los buenos rendimientos que no se traducen en goles se pagan caros. Es ley del fútbol. No se puede ser tan verde. La experiencia indica que siempre hay una última oportunidad y que los descuentos suelen ser decisivos. Entonces, si cuando lo mejor que tenía que pasar no pasó, hay que pensar que lo que no puede pasar, sea lo peor. Que te emboquen y te ganen en el tiro del final. Y a River, que casi no lo atacaron, lo duermen.

Genera una falta tonta, al borde del área. Centro pasado, una tímida salida de Chihizola y una defensa estática. La pelota que le cae mágicamente en los pies a Núñez, como si fuera “el pombero”, y el gordito morocho que se roba la película. Listo, ¡embarazados! Vale recordar un centro anterior que el zurdito Benítez ganó de anticipo -quizá en la única llegada de los locales- y en la que otra vez el fondo de River perdió por arriba.

No sé si es hora de revolver tanto la historia. Es cierto que River no tiene banco, ni afuera ni adentro de la cancha, para pagar o buscar inspiración. Pero ayer, aunque interese poco, si todo es medido en función de los tres puntos regalados, River hizo un buen partido. Martilló incesantemente sobre el rival generando incontables llegadas por derecha, con una gran producción de Sánchez y un escalón más abajo, con Abecasis. Y Cirigliano, que recuperó su regularidad. Firme como hacía rato no lo observaba a Ferrero. Y un gran Ocampos que generó desequilibrio jugando a uno o dos toques, olvidándose de la personal que tantas veces lo obliga a chocar.

No estuvieron finos en el broche final la sociedad Cavenaghi-Chori, pero siempre el equipo correntino sufrió a un River que supo cómo rodearle la manzana. Debió irse al descanso con dos goles a arriba y nadie hubiera dicho nada. Hubo un solo equipo que propuso atacar. Los “Tagüari” nunca pudieron salir del asedio, excepto en el arranque, hasta que River tomó todas y cada una de la riendas. Ese monólogo se extendió en la segunda parte, aunque hay un punto donde me parece que el juego de “tres tiros, diez pesos”, lo cegó. Como si hubiera caído en cierta displicencia a la hora del gol confiado en que éste caería por su propio peso.

Quizás le faltó poner la marcha de fuerza para quebrar tanta resistencia. En fin, esto es futbol, la mala leche y la liga también juegan. Preocupa, no caer en el tobogán. No parece que esto pueda ocurrir. Pero urge volver al triunfo. Hay que pelear arriba. Ya sabemos lo que es la fuerza centrípeta de la presión “cuando la suerte que es grela te largue parao…”.

El afecto del pueblo litoraleño, la fiesta multicolor de globos rojos y blancos y esas apretadas almas riverplatenses merecían otro final. El equipo del Pelado también. Seamos justos. Pero en el fútbol, como en el amor, las razones no tienen demasiado peso. Por eso existen los mitos: la explicación poética de lo inexplicable.

“Engualichados”, quizá sería la definición más exacta. Cuando el gol de River estaba al caer, hubo una señal. Fue a tres del final. La de esos fuegos artificiales que arrancaron y luego se cortaron. O estaban cagados con el derechazo magistral de Sánchez en el ángulo derecho de Sessa. O es que el “Pombero” dio la orden y dijo: “A esto lo arreglo yo”. Creer o reventar. Pero el príncipe se convirtió en sapo y encima nos fuimos a las piñas de la calentura. A levantar la moral y seguir manteniendo esta actitud. En Corrientes todo es posible. No siempre vamos a morir “engualichados”.