Reemplazar es algo verdaderamente difícil, casi tanto como querer desarrollar una idea, y que no te salgan las palabras. Pero no reemplazar desde lo material, en ese sentido si algo se nos pierde o se nos rompe podemos alternar con lo mismo. Andá a reemplazar a una persona. Eso sí que es jodido de verdad.
Cuando alguien se va, de cualquier forma, ya sea por una razón natural de esta vida o porque simplemente se marchan, el vacío que deja la ausencia es imposible de llenar.
Algo parecido a cuando cortás con tu ex. Empezás a verlo por todos lados, incluso en lugares donde jamás había estado. Lo recordás todo el día, de golpe cambia la rutina de todos los días,
los horarios, empezás a preguntarte qué van a ser de todos esos planes y proyectos que habían armado, y en alguna situación un tanto dramática hasta te llegás a preguntar ‘¿y ahora cómo sigue todo?’.
Algo parecido a lo que pasó cuando se fue Alario, esa novela romántica que teníamos con el que solía ser nuestro nueve quedó resumida en una pregunta generalizada en todos nosotros: ‘¿y ahora cómo sigue todo?’.
Lucas se iba en plena Copa Libertadores, de un momento a otro, de una forma poco prolija y desorganizada que a algunos les rompió el corazón y a otros les hizo estallar el medidor de calentura.
‘¿Pero por qué te peleás conmigo cuando me estoy por ir a jugar?’, me decía un ex con las manos juntas como rezando un lejano domingo al mediodía. ‘¿Pero por qué te vas justo cuando estamos por jugar?’, le decía yo a Lucas Alario parada frente a la tv mientras daba una entrevista y era presentado con el escudo del Bayer Leverkusen. Nos estaba cambiando por otra. Me rompió el corazón. El abandono rompe el corazón.
Y de golpe nos encontramos sin mucha explicación viendo cómo encarábamos los próximos partidos. No se había ido un ‘nadie’, era el goleador, pieza fundamental del equipo. Hasta último momento lo quisimos retener como tirándolo de la remera al grito de ‘por favor, no te vayas, quedate conmigo’. No se ruega, nunca se ruega.
De a ratos todo parecía perdido, sin mucha esperanza, el clima se componía entre tristeza y mal humor. ¿Cómo íbamos a hacer ahora?, ¿por qué se iba justo ahora?, ¿a quién se podía traer?, ¿quién estaba para poner? Básicamente, ¿cómo se puede reemplazar?
Y así, casi sin avisar, sin demasiadas expectativas, apareció quien nos hizo olvidar, quien nos hizo sanar las heridas y volver a creer. Apareció Nacho Scocco.
Una nueva esperanza se generaba con este chico, era el pibe que tenés al lado y no ves porque todavía sentís la presencia de la ausencia del anterior. Hasta que un día abrís los ojos y decís ‘quizás podría ser’.
Y es. Ya desde su debut nos conquistó con ese gol frente a Guaraní. Empezó haciendo todo bien, ‘la buena letra’, ‘el trabajo fino’, como dicen. Ya en la primera cita nos hizo divertir, fue atento, cálido, gracioso y nos compró. Nos hizo empezar a olvidar el pasado y a tener nuevas ilusiones de cara a lo que se venía. Luego además sumó puntos contra Temperley y Banfield generándonos más confianza en él.
Por supuesto los primeros meses de una relación son los más lindos del mundo, todo es color de rosa. Frase hecha si las hay. Y en septiembre todo fue color rojo y blanco. Nacho Scocco metió cinco goles en lo que fue el partido clave ante Wilstermann, partido en el que nos jugábamos todo y más. Partido que definía nuestra continuidad en la Copa Libertadores, que nos daba únicamente dos opciones: seguir jugándola o mirarla por Fox. Pero no, los que nos miran por tv son otros.
Cinco goles. Esa noche a la cita Nacho cayó con flores, bombones, pagó la cena, nos abrió la puerta del auto y nos corrió la silla. Y además de todo, nos contó que era fana de River mientras destapaba el vino. El príncipe azul empezaba a imponerse y marcar territorio sobre el ex.
Un nuevo guiño de penal frente a Tigre y una tarde exquisita contra Defensa y Justicia el sábado pasado hicieron que lo blanqueemos. Lo invitamos a comer un asado el domingo al mediodía con toda la familia, que todos lo conozcan, que sepan que esto es oficial. Ya la seducción era un hecho.
A esta altura de la novela nos olvidamos del ex. No estamos más enojados, se nos pasó el dolor y la bronca por el abandono. No hablamos mal de él, porque eso hablaría mal de nosotros. Recordamos los buenos momentos que nos hizo pasar y en los que fuimos más que felices.
Ahora estamos disfrutando lo actual, no sabemos cuánto va a durar el romance, porque además el hincha suele ser un poco injusto, apenas un error hace que olvidemos todos los buenos detalles. Así que a no meter la pata y a hacer las cosas bien de los dos lados, que si todo sale bien en unos meses quién te dice, este es el definitivo.
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