Pese a que fue muy superior a su rival y le remató nada menos que en 35 oportunidades, el Millonario tan sólo se impuso 1-0 sobre Independiente del Valle. Por lo tanto, fue insuficiente para al menos forzar una definición por penales. Los hinchas reconocieron mediante aplausos lo hecho por el equipo y especialmente a los logros que dieron muchos jugadores.

Dolor, impotencia, sentimientos encontrados en esta noche que empezó con alegría, a través de un recibimiento imponente, y concluyó con las palmas chocando entre sí para demostrar qué distintos somos, sin gas pimienta ni bajezas. Pero existe la frustración, es lógica. Una frustración tan grande como el Monumental. Pocas veces se vio una supremacía de semejante tamaño sin que termine de manera exitosa, fue una suerte de segundo capítulo del partido ante Juan Aurich. River vio una y otra vez cómo se le negó el grito deseado, indispensable para empezar a soñar con igualar o revertir la serie, 0-2 desde la caída en Ecuador.

¿Cómo se puede explicar lo sucedido en Núñez? Todos los factores se combinaron para desencadenar en el exiguo 1-0. Desde la actuación inolvidable de Librado Azcona, nacido en Paraguay y naturalizado ecuatoriano, hasta la inexplicable suplencia de Lucas Alario -sin ir en desmedro de Iván Alonso, de buena tarea, vale aclararlo-, pasando por los dos impactos en el travesaño y la ausencia de puntería propia para aprovechar chances inmejorables. Sin embargo, es justo mencionar que el Millonario falló en Quito. Allí el 0-1 era aceptable, teniendo en cuenta el desarrollo, aunque el segundo tanto desmoronó el porcentaje enorme de posibilidades en casa. El penal fue una acción bisagra en la serie.

River salió a llevarse puesto a su rival desde el principio, con muchísima intensidad, convencido de una idea. Sin regalarse, más allá de una grosera falla de Eder Álvarez Balanta en la que Marcelo Barovero apareció para evitar el gol de José Angulo, supo acelerar y acorralar enseguida a Independiente del Valle. Rodrigo Mora desaprovechó una oportunidad clarísima. El centro se convirtió enseguida de recurso a arma principal. Aun así, hubo tiros desde media distancia que por poco se fueron desviados. En ese contexto, la conducción de Andrés D’Alessandro, el enorme trabajo de Milton Casco y la persistencia de ambos delanteros fue clave para sostener un dominio nítido, con cimientos en la tarea conjunta entre volantes y defensores.

La superioridad se acentuó en la segunda parte. Creció de una forma impresionante. Independiente del Valle tuvo que jugar unos metros más atrás todavía y seguir apostando a un contragolpe que prácticamente no existió. Entonces, acorralado, dependió de la solidez de su defensa, que rechazó en reiteradas ocasiones y cuando no pudo conseguirlo, contó con la contribución del travesaño dos veces más las intervenciones increíbles de Azcona. El arquero recién fue doblegado por Lucas Alario, tras una sucesión de rebotes. Ahí surge un interrogante inevitable, ¿por qué fue suplente el goleador? La decisión táctica es válida, desde luego, pero en un partido donde los envíos aéreos eran permanentes el atacante tenía mucho para aportar, como se vio durante casi 40 minutos de estadía…

Lo cierto es que River buscó hasta el último segundo. Jamás bajó los brazos ni exhibió signos anímicos de impotencia. A pesar de ciertas dificultades colectivas e individuales, tanto para romper la muralla rival con una pared o una maniobra para desequilibrar cara a cara, respectivamente, el equipo siempre sostuvo la ilusión de llegar al 2-0 para al menos forzar la definición por penales. Incluso, si aparecía ese bendito gol, nadie hubiera sido catalogado como loco por pensar en un 3-0. No ocurrió ninguno de esos dos escenarios. El Millonario quedó eliminado, con la frente en alto, aplaudido por su gente. Es cierto que futbolísticamente mostró un bajón enorme hace rato. Sin embargo, podría haberse clasificado. Lamentablemente, fue insuficiente, aunque cuesta entenderlo.

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