Esta situación insólita en la historia de River también divide formas de pensar y sentir dentro del equipo de La Página Millonaria. Y como consideramos que no hay una única verdad, planteamos las dos posturas: la de los que responsabilizan a Passarella-junto a Aguilar e Israel-y la de los que entienden que es apresurado crucificarlo, más aún en la previa de dos partidos cruciales. La nota, a continuación.
“Vienen a convidarme, a arrepentirme, me vienen a convidar a que no “pierda”, me vienen a convidar a indefinirme, me vienen a convidar a tanta mierda… Dicen que la necedad nació conmigo, yo me muero como viví”, canta Silvio Rodríguez. No, no tengo vocación suicida, no me quiero ir a la “B”, pero tampoco compro parnasos inexistentes ni altares entre los que tienen precio. Me cuesta disociarme en estas horas. ¿Dónde pongo mi bronca y dónde mi tristeza? Es una tarea indispensable pasarme en limpio.
Sabíamos que estábamos agarrados por un hilo dental, que no dependíamos de Quilmes sino de la entrada en la “Riversidad al palo”, ese túnel oscuro y pendiente abajo que nos encajonó en este laberinto. Claro que me importa y mucho esta final con Belgrano, pero voy a intentar analizar procesos, no instantes ni momentos, no quiero me nos gane aún más la desilusión. “¡Nunca escribas contra la esperanza!”, le enseñó Onetti a Eduardo Galeano. Suscribo.
Quiero decir que mi tristeza es inmensa, igual a la de todos los hinchas de River. Pero entre el dolor y la bronca, por ahora prefiero solo abrir la boca para tratar de transformarla en aliento y no en incontinencia verbal. Hay una maquinaria destructiva que está en marcha agitando las aguas de la desmesura y la sinrazón para verlo a Passarella en la silla eléctrica. ¡Quieren que eche a JJ y se siente en el banco! Una locura. Canibalismo puro, antropofagia política. Patear al caído es patear a River. A estos jugadores, que tienen 48 horas solamente para recuperarse anímicamente de esta pesadilla del descenso, que solo les corresponde en parte. Es por eso que entre la urgencias del resultadismo, los intereses que se mueven alrededor del Mundo River, no van a encontrar en este redactor una voz que se sume a la histeria colectiva ni a la perfidia revanchista de quienes apuestan a “cuanto peor mejor”.
No voy a descalificar a este plantel por tibio ni pecho frío, ni ningún reduccionismo que busque chivos expiatorios rápidamente. Ni a la labor del técnico. Ya es tarde. Se pudo haber equivocado, fundamentalmente, a partir del pedido masivo de “ir por más” y que solo él sabrá cuándo y por qué se perdió la brújula y la templanza. Con el diario del lunes, hoy es papa condenar la “medianía” de este plantel, la pérdida de autoridad de JJ y hasta el perfil de Passarella. A principios de año nadie advirtió clarividentemente que Pavone, Carrizo, Acevedo, Román, el uruguayo Díaz, Maidana, Caruso eran jugadores falopa. Hoy la condena está a flor de labios. Todo es un pandemonium. No recuerdo haber escuchado la palabra “subestimación” hasta hace dos fechas, y recuerdo una sana y silenciosa aprobación generalizada de apostar al campeonato económico, achicando el gasto, arreglándose con lo que había.
Sólo me quiero diferenciar de lo que por estas horas sentí como una intoxicación de cazadores de brujas. Y ellos son los primeros fogoneros. ¿Qué delirio es esta demonización facilista? La culpabilización surge desde el mismo púlpito donde entronizaron al fenómeno del Aguilarismo, ese espurio lugar de muchos que hicieron su agosto pecuniario desde la funcionalidad sobre la corporación que armó el pibe de Villa Urquiza. Reaparecieron sus “gurkas” mediáticos pidiendo poco menos que la horca para Passarella, quizá felices de que la caja de Pandora siga sin poder abrirse y las cuentas en Suiza y en el Caribe sigan sin poder ser investigadas.
Los recibos en negro de muchos de ellos seguramente descansarán en paz en ella, mientras el “Grondona gate” no sea cuestión de Estado. El principal diario deportivo de la Argentina, ayer, puso en tapa una equivalencia de responsabilidades harto tendenciosa. Tituló: “50% Aguilar, 50% Passarella”. Y además en un editorial que destiló sangre, señaló: “¡Esto es River, Passarella! Nos hundiste. ¿Entendés?…” . Hay tanta vocación por la desmesura a la energía desbocada que ni siquiera los hinchas fueron tan lejos. Los escribas y apóstoles pagos de la peor dirigencia de la historia – Aguilar e Israel- vuelven a ser los Pilatos que le ofrendan sus cántaros para lavar sus trapisondas.
Nada se habla por estas horas de la probidad moral de unos y otros. No importó el portazo a Grondona. Es más, fue juzgada como una imprudencia. Ni cortar el protocolo o desarticular los aparatos, la usina inmensa generadora de votos que armó Aguilar y sus lugartenientes. No entiendo a los ídolos tampoco, que nunca hablan desde el amor ni el desinterés. Hablan por resentimiento. Es que ya no hay un River proveedor de negocios fáciles para tantos amigos. Aquél, en aras de la amistad, dejó un campo minado para quien lo sucediera. Tenía un aparato con ramificaciones tan anchas que probablemente rocen al mismo Passarella. No desconoce sus infiltraciones. Así llegó. Ese quizás sea su peor error.
Ahora, pregunto, querer limpiar ¿es soberbia o desconfianza? Quizá pagaron justos por pecadores. La resaca de desconfianza que no pudo ser barrida. ¿Passarella se subsumió en el aislamiento por vocación suicida? ¿Ramón, Gallego, no volvieron por caprichos del presidente o por falta de fondos genuinos? No soy “Passarellista”, no siento empatía con su estilo, pero no le voy a conceder ninguna razón de autoridad moral y menos conceptual a aquellos que hoy cacerolean sobre la soberbia como madre de todas estas desgracias.
El peor descenso para un hombre es el descenso moral. Lo mismo debería ser para una institución “sin fines de lucro” o para el Estado mismo, que debe hacer, ser y parecer transparente. Hago esta analogía porque tanta mala prensa se hizo del ego del Káiser como de la psicopatía de Sergio Shocklender en estas últimas horas.
Ningún Almeyda que se tenga que poner la dirección técnica al hombro ni ninguna salida mesiánica. Estamos enfermos de idolatrar los segmentos históricos, la autosuficiencia y la trivialidad autoritaria antes que la integración. Basta de puterío. Esta polaridad está en nuestra naturaleza. Vivimos los capítulos más gloriosos del fútbol argentino y los más jodidos. A bancarla. ¡Vamos todos unidos y dejémonos de joder! Yo me muero como viví, será que la necedad de ser hincha de River en las malas nació conmigo.