“Nos los representantes del pueblo riverplatense, reunidos por nuestra propia voluntad y elección del corazón, en cumplimiento con los pactos preexistentes de nuestra memoria colectiva y con el objetivo de reconstruir la esperanza y derrotar el escepticismo, afianzar el buen juego, consolidar el sacrificio, la solidaridad de este plantel y las sociedades de los goleadores, proveer a la defensa y el aliento del equipo en su titánico esfuerzo por volver a la ‘A’, promover la alegría, tirando paredes, descartando “egoísmos” infundados y asegurar que vamos por el buen camino de la mano del Sr. Almeyda, invocamos a la unidad de todos aquellos que llevan una banda roja que les cruza el alma. Para las cinco finales que restan, para todo el “planeta River” de aquí y del mundo, para los que habiten el suelo argentino y del exterior… nosotros, los hinchas, reunidos aquí en el ‘Jardín de la República’, invocamos la protección de todos, fuente de toda sinrazón y locura”…

Sellamos este pacto tirando papelitos – en memoria del querido y recordado “Gayina” Caloi y la pasión “clementina”. Saludamos ese puñado de golazos que nos regalaron El Maestrico, el Trezegol y el bombazo de Sánchez… ¡Ordenamos, decretamos y establecemos, no bajar la bandera de los sueños de futbol, nunca más, River!

Preámbulo inevitable…refundacional desde lo futbolístico. A puro “tomala vos, dámela a má”. Con el valor agregado del amor propio de un equipo que se vio obligado a levantar un 0-1 desde el vestuario. Que no hizo pie en el arranque en lo que parecía iba a ser una la segunda parte de la batalla de Tucumán, y terminó a pura zamba…

Después del cabezazo enano de Fondacaro que nos durmió de entrada –el karma de Matías- costó agarrar la manija. Barrado se lesionó de entrada y Atlético se fue metiendo atrás. Fue fatal. Despacito, River comenzó a generar llegadas, que se abortaron en la urgencia final. Hasta que llegó esa perlita de once toques, con la pausa genial de Cavenaghi para que el “vinotinto” Gónzález definiera como un “César”. Seco, rasante y por debajo de las piernas de Del Rossi. Golazo. Y un envión anímico que aprovechó el equipo para generar el irreprochable penal contra Sánchez en una salida a destiempo de un defensor. Gracias a Dios, la lapicera de Trezeguet anda recargada. Fuerte y al medio fue el mensaje que decía: “A cobrar”.

Hubo muchos reproches contra Toia por un brazo extendido de Maidana, de espaldas a la jugada, que le impacta. Imposible juzgar intención. No obstante sirvió para que cada bola que anduviera cerca del área millonaria fuera motivo de reclamo.

Muchos cortes por el desborde impresionante del público. Y tras ese enfriamiento que al “Pelado” le preocupaba a los gritos desde el banco, River que se empieza a quedar. Era la hora de los cambios: entra el Chori por el Torito, que le entregó la capitanía y Ocampos por Aguirre -muy discontinuo- .

Una virtud, River fue por más. Y el Chori entró con todas las luces. Se asoció bien con el Maéstrico, jugó a un toque, tuvo precisión y armó una jugada monumental. Como diez neto aceleró y gambeteó por izquierda y cuando la jugada pedía remate le sirvió el gol al inmenso David, que en dos tiempos resolvió picándola. Para un cuadrito.

Parecía todo resuelto, pero Barone dijo “conmigo, no” y otra inyección de cabeza, que al Pelado lo desencajó. 3-2 y había mucho alargue por jugar.

Sin embargo, River volvió a recuperar el control cuidadando la bola. Prolijo. Sin dividirla. Y a pesar del susto final de la lesión del venezolano -sensible baja-, entró el Keko y no decayó la circulación ni el dominió. Llegó el desahogo final para el uruguayo Sánchez, que corrió como un chico 50 metros para abrazarse con el técnico. Un gesto de agradecimiento inusual, que luego Almeyda explicaría en conferencia: Sánchez
jugó contra Instituto en medio del duelo de su familia por el fallecimiento de su suegra.

¡Triunfazo! Desde el norte trajo esta zamba, River. ¡Cuánto le costó vencer tanto inconformismo! ¡Y cuánto cuesta ahora no caer en el triunfalismo que nos van a vender! Hoy es un día para disfrutar. No somos el Barsa, pero tampoco el desastre que nos querían vender. River tuvo ráfagas exquisitas, como para creer y decretar el Preámbulo del buen juego!. Hoy la presión la tienen ellos…

Mientras tanto, ”entre empanadas, y vino en jarra, una guitarra, bombo y violín, todos se afanan por divertir y hacer linda esta triste vida, todos se olvidan que hay que morir”. ¡Viva Tucumán! ¡Viva River, carajo!