La lluvia y la historia reciente de River arrastran un enamoramiento inconfundible, y la madre de todas las noches que grafica esa fórmula fue la del 5 de agosto del 2015 en el Monumental. Aquella final contra Tigres de México que culminaría con la tercera Copa Libertadores en nuestras vitrinas fue de ensueño de principio a fin. Por la fiesta en las tribunas más allá del temporal, por esos goles tan gritados y esos festejos tan deseados en la tribuna, en el Obelisco más tarde, y en todo el país y el mundo.
El camino hacia la gloria máxima fue quizás el más dificultoso de todas nuestras consagraciones. Porque clasificamos realmente de milagro en fase de grupos con tan solo 7 puntos y una sola victoria, y sobre todo gracias a aquella gran mano que nos dio justamente el rival de la final con un triunfo increíble en Perú con suplentes y con el mexicano Enrique Esqueda autor de tres goles aquella noche, recordado como gran héroe riverplatense.
Y por eso el desahogo del festejo final fue realmente una locura. Porque era coquetearse con la cima de América después de 19 años. Porque el Muñeco empezaba a dibujar su camino como ídolo inmortal después de haber ganado la Sudamericana y otra vez con una eliminación internacional contra Boca de por medio, después de aquella noche del gas pimienta que desnudó todas las miserias de la vereda de enfrente. Porque volvíamos a Japón ni más ni menos que para enfrentar al Barcelona de Lionel Messi. Porque merecíamos un festejo así despues de algunos años muy oscuros.
El caño y centro de Vangioni para encontrar la cabeza del angelado Lucas Alario, que lo mandó un Dios aparte desde semifinales para terminar de ayudarnos a levantar la Copa. El penal de Sánchez con un gran gesto de Cavenaghi que en su partido despedida de River se lo dejó patear, y después se retiró por la puerta grande como él lo merecía. El salto impresionante de Ramiro Funes Mori para sentenciar un 3-0 que describía a la perfección a aquel equipo, que era sumamente sólido defensivamente con una línea de 4 espectacular y un Barovero inspirado, pero que en ataque podía ser efectivo y demoledor como lo fue en esa noche.
Y fue el factor climático el que le dio el último toque de ensueño a la jornada. Como si fuese de película la lluvia comenzó a caer de manera leve justo después del recibimiento espectacular en las tribunas, y fue creciendo sin cesar hasta convertirse en un diluvio infernal donde el líquido de la lluvia s emezclaba con el de las lágrimas que se nos caían en medio de los abrazos con los conocidos y desconocidos de la tribuna. Y cantábamos ” y si señor, de la mano del Muñeco vamos a Japón” mirando al cielo llenos de emociones, alegrías y felicidades inmensas, mientras no nos importaba mojarnos como nunca antes en nuestras vidas.
Felices 10 hermosos años, y ojalá la vida nos vuelva a regalar una noche de festejos semejante, porque en el fondo sabemos que no habrá ninguna igual por todo lo que significó aquel contexto y aquella Copa. Será única y especial. Para toda la vida. ¡Salud, River!
