(Mendoza – Enviados especiales) Unos 25.000 hinchas de River celebraron en el estadio Malvinas Argentinas, donde El Más Grande se consagró bicampeón de la Copa Argentina y, al igual que en diciembre de 2016, copó una provincia para festejar un nuevo título.

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River le dio descanso al Monumental. Dejó de hacer un surco en su pista de atletismo para dar la vuelta olímpica en otros estadios mundialistas del país. Tal como ocurrió a fines de 2016, hubo una fuerte movilización hacia el interior, aunque en este caso Mendoza, provincia millonaria por excelencia, sirvió como anfitriona de la pasión por los colores más lindos del mundo.

Un día antes de la gran final ante Atlético Tucumán se comenzó a sentir en las calles mendocinas todo el sentimiento hacia La Banda, aunque lógicamente se profundizó el sábado con aquellos que viajaron desde distintos lugares de la Argentina para alentar in situ al equipo que dirige Marcelo Gallardo. El Muñeco, una vez más, se llevó la mayor cantidad de ovaciones en cada rincón donde estuvo el plantel durante su estadía.

La puerta del hotel Diplomatic, ubicado sobre la avenida Belgrano, a pocas cuadras del centro, siempre estuvo vestida de rojo y blanco. Los hinchas hicieron guardia permanente para recolectar fotos, autógrafos y, por supuesto, darle una cálida bienvenida a los jugadores. Entonces, fiel al estilo de cada visita lejos de Núñez, el recibimiento resultó espectacular, a pura emoción, con muchas canciones.

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Cuando restaban pocas horas para el comienzo del partido, el Parque General San Martín se llenó de fanáticos de River que combatían el calor con ropa liviana, muchas gaseosas y las cervezas que vendían los comerciantes de turno. Decenas de micros se instalaron en la zona para trasladar a la gente. Si bien existieron largas filas en muchos de los accesos, el ingreso fue tranquilo bajo el sol radiante de Mendoza.

Antes de entrar a la cabecera sur, cientos de simpatizantes cantaron al compás de bombos y redoblantes, utilizando el amplio repertorio musical, como si el espacio ocupado fuera la tribuna Sívori Alta, pero a mil kilómetros. Banderas, camisetas de diversas épocas y diseños, gorros, shorcitos con el escudo y todo tipo de distintivos para brindarle un colorido sensacional a la tarde cuyana.

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Para agregarle mayor entusiasmo a la jornada, Fernando Cavenaghi viajó especialmente para respaldar a River y, además de visitar el hotel donde se hospedó la delegación, vio la final desde el palco en el que se situaron jugadores no convocados y dirigentes. Su presencia causó locura entre los hinchas, quienes se fueron muy felices por la excelente predisposición del ídolo en cada solicitud de foto.

Las tribunas se vistieron de rojo y blanco en todo el sector, así como en la platea descubierta. Las habituales cintas del estadio Antonio Vespucio Liberti se mudaron al Malvinas Argentinas para decorar la salida del equipo mientras sonaba el himno de la FIFA, recordando inevitablemente la fiesta de hace casi dos años en Japón.

Una vez empezado el último capítulo de la Copa Argentina, hubo una colección de melodías. Desde “tu hinchada la que copa en todas partes, que cruzó los siete mares, es la que copó Japón”, “el que no salta, abandonó” y “señores, yo soy del gallinero” hasta “el día que me muera, yo quiero mi cajón pintado rojo y blanco como mi corazón”, pasando por “para ser campeón, hoy hay que ganar”, “banderas negras, parlantes no hay”.

En la segunda parte se reflotó un hit modelo 2009/10: “Vamos, campeón, vamo’ a ganar, donde jugues vamos a estar, te alentaré desde el tablón, te quiero ver salir campeón, yo soy del gallinero porque tenemos huevos”. También sonó “yo te quiero, River Plate, yo a vos te sigo vos sos mi vida” y, a pocos minutos para el cierre, nuevamente aparecieron las cintas. El aliento se acentuó hasta explotar en el tan deseado “dale, campeón”, seguido por el siempre querido “palo, palo, palo, palo, bonito, palo, eh, eh, eh, eh, somos campeones otra vez”.

Los celulares se elevaron para registrar otro título y tanta euforia, al mismo tiempo que la gente entonaba “éste es el famoso River” y le brindaba mucho afecto a Gallardo. La vuelta olímpica, trofeo en mano, se celebró muy cerca de los jugadores en un escenario ideal porque la iluminación del estadio disminuyó, le dio protagonismo a los reflectores y generó un contexto ideal para que la noche se hiciera inolvidable.

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