En medio de la “malahora”, a escasos días del debut jamás imaginado, una buena noticia alegró muchos corazones riverplatenses: casi sobre el cierre del libro de pases, River recupera un animal futbolero. “El Lobo” Cristian Ledesma fue el elegido por Matías Almeyda para su sucesión. Para quienes seguimos su trayectoria, lo vimos brillar en el River de Ramón y luego romperla en San Lorenzo, soñamos con que vuelva con el mismo hambre, que regrese tan carnívoro como antes. Con esas ganas y ese instinto guerrero que también los años le devolvieron al Pelado.
Pero también con esa intuición que tienen los lobos para llegar un instante antes a la presa que sus cazadores. River lo necesita y mucho para que vuelva amostrar los dientes y las garras en esa otra cancha -la que va de una línea del área grande a la otra- y donde se dirime el control del partido. Allí, listo para ser salida y mostrarse libre, paradito en la línea de cal central como aduana. Ledesma, tac para acá, tac para allá, imponiendo ese plus que trae de fábrica y que con los años lo hicieron cada vez más jugador de dos toques.
Corto y suelto la bocha. Controlo y toco rápido. Quizá su mayor virtud. El apoyo al compañero. Limpio, preciso. Con el mapa del partido en la cabeza. Con el pizarrón de quien es un eximio conocedor de los espacios chicos. Piso con derecha y salgo con izquierda. O viceversa. Sin problemas de perfiles. Tac, pase de dos metros, preciso, justo. Tac, y la pelota que vuelve como un imán. Así juega “El lobo” Ledesma, usando el compás para delimitar tu territorio.
Por estilo y característica, siempre estuvo más cerca de los 5 jugadores que de los gladiadores. Más cerca del Cordero Telch, de Perico Raimondo y del Checho Batista, que de Mostaza y Gallego. Aunque en sus últimos años se lo vio mucho más guapo, más duro, incorporó sabiduría y necesidades que el oficio del puesto le exigió. No perdió brillo con los años, pero su pelaje raspa más.
Lejos está de ser aquel “lobo solitario” que llegó de la cantera de Argentinos a disputarle el puesto a un prócer como Astrada, y que junto a Cambiasso, fueron los jefes de aquel tremendo equipo de Ramón. Viene a cuento no olvidar que “el hombre es el lobo del hombre”, como dijo Herman Hesse. Sabe mejor que nadie que la 5 de River no tiene dueño. Habrá que transpirar y jugar para ser el nuevo patrón, el nuevo caudillo que Almeyda y River necesitan.
Arranca con el pulgar para arriba. Es del paladar del hincha de River. Es distinto. Nunca abandonó el toquecito del papi. Tiene la textura de la baldosa en el botín y le sumó experiencia. Volvió el lobito morocho, menudito, de cabecita rapada y barbilla incipiente que soñamos vuelva a ser “el lobo feroz” que todos conocimos y que no aguardaba “lunas llenas” para aparecer.
Aquel que masticaba la pelota con su suela, ese toqueteo tan útil para ser eje en la salida por lo costados y por abajo. Algo que tanta falta le hace River. Vuelve para amaestrar a esa pelota que necesita nuevos líderes que la domestiquen tratándola más dócilmente.
Aunque después El Lobo no pueda con su naturaleza. Y sí Lobo, rompela toda. Estás autorizado. Bienvenido, al Templo Sagrado de las tres “G”. Enhorabuena, a pesar de todo. ¡Aulle Ledesma, haga olvidar el rugido del León!



