River apenas pudo ganarle 2-1 sobre la hora a Sportivo Estudiantes, pero fue ampliamente superior y hasta debería haber ganado por una diferencia holgada en Salta. El próximo rival saldrá entre Arsenal y Defensores de Belgrano.

Cuando Marcelo Mosset sacó el empate de la galera muchos sentimientos se cruzaron por la cabeza de todos. Era una injusticia absoluta. Una más de las que tantas veces padeció River. Sin embargo, aunque duela, resultaba lógica porque la máxima del fútbol falla en pocas ocasiones: si no concretás en el arco rival las situaciones que generás, las pagás en el propio. Aun así, la reacción fue paradójica porque el tanto de la victoria apareció sin querer, a segundos de que se cumpliera el tiempo reglamentario: un tiro libre de Gonzalo Martínez, muy impreciso durante toda la noche, pasó de ser centro a terminar en golazo.

La definición por penales, temida siempre porque disminuye la brecha futbolística, fue un espejismo. Hubiera sido un castigo resolver desde 11 metros lo que en el campo de juego tuvo a River protagonista en cada rincón del césped. El Más Grande fue de menor a mayor en Salta, donde ejerció un dominio claro tanto con la pelota como a nivel territorial. Por momentos, Jonatan Maidana y Augusto Batalla fueron los únicos jugadores en zona propia. El resto, distribuido a lo largo y a lo ancho, en sectores ajenos.

Al igual que 7 días atrás, Ignacio Fernández jugó muy bien. No sólo fue claro para distribuir en el círculo central, sino que además abrió la cuenta mediante un zurdazo desde afuera. Su despliegue fue tan extenso que pisó el área de enfrente para acompañar el cierre de los ataques y también supo pararse en la línea cuando Sportivo Estudiantes se asomó con un cabezazo. Pero River fue mucho más que Nacho: Tomás Andrade, titular a última hora por la baja de Andrés D’Alessandro, deleitó a todos.

El enganche de 19 años utilizó la banda derecha como punto de partida. En esa zona se asoció mucho con Jorge Moreira, el lateral paraguayo que avanza con la misma voracidad y convicción que Gabriel Mercado. Andrade exhibió convicción para encarar, velocidad para pensar y entregar con eficacia el balón e inteligencia para prosperar en espacios deshabitados. Valentín Brasca le negó un gol al principio, otro tiro suyo fue elevado y el tercero de la noche no concluyó en gol por culpa del poste derecho. Una pena.

Lejos de disminuir la intensidad, River aumentó su rendimiento en la segunda parte. Mejoró en la presión a la hora de recuperar la pelota. Amplió el campo, profundizó con mayor frecuencia, le dio un destino tan veloz como seguro y atrevido al esférico. Si no estiró la ventaja fue porque Lucas Alario, de gran tarea para descargar y exigir a la defensa rival, careció de puntería por pocos centímetros. Entonces, pese a semejante supremacía, Estudiantes consiguió el 1-1 tras un tiro de esquina repleto de rebotes.

La desazón podría haber causado un golpe de nocaut con desenlace fatal en la inminente definición por penales. Sin embargo, el Pity, quien repartió chispazos interesantes con errores groseros en la decisión ofensiva, se equivocó con éxito: centro de tiro libre y pelota al ángulo superior izquierdo. De manera accidental, hubo justicia. River tendría que haber ganado por dos o tres tantos, sin problemas. La distancia en el marcador fue exigua, aunque suficiente para clasificarse a los octavos de final de la Copa Argentina.

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