¿Pratto jugó mal el rato que entró? Sí. ¿Pinola cometió un error grosero en el segundo gol de Flamengo? También. ¿Cuesta enteder el cambio de Julián Álvarez por Nacho? Cuesta. No hay dudas de esas cuestiones. Como tampoco las hay sobre el orgullo que los hinchas de River deben sentir por este equipo. El final fue el menos deseado de todos, insólito, increíble, pero esos dos goles no pueden ni deben hacer olvidar todo lo que este equipo hizo antes. Tanto en la final frente a Flamengo como en los últimos años, desde que Marcelo Gallardo asumió la conducción técnica y cambió la historia de River.

 

En momentos dolorosos como el que vive River después de una derrota de ésas que cuesta recuperarse cuesta mirar la mitad llena del vaso. Siempre dan ganas de descargarse, de desahogarse, de buscar culpables y de encontrar los errores. Pero este River -como dijo el propio Gallardo después de la caída- no dejó jugar a un rival poderosísimo y estuvo muy cerca de la gloria. Esa gloria que buscó después de haber conseguido la máxima gloria posible hace menos de un año.

Cuando cualquiera podría haberse relajado pensando que nada podría superar a haberle ganado una final de Copa Libertadores a Boca, el River de Gallardo fue por más, con la misma hambre del primer día. Y así llegó a otra final. Esta vez no se dio y duele. Claro que duele. Tiene que doler. Raro sería que una derrota así no doliera. Pero no por eso hay que agachar la cabeza. Todo lo contrario. Este River puede caminar con la frente en alto sin que nadie se anime a señalarlo. Este River enorgullece a todos los hinchas que pueden caminar tranquilos con la camiseta puesta y la mirada hacia adelante.

Hace menos de un año ganó la final más importante de la historia. Será inolvidable.

Hace menos de un año ganó la final más importante de la historia. Será inolvidable.

Este River hizo más grande a River. Y tiene que ir por más. Nada se terminó este 23 de noviembre. Hay más gloria para adelante y hay que seguir buscándola.