Cinco mil hinchas de River gritan, deliran de felicidad, se abrazan, lloran y cantan sin parar mientras la lluvia y la tormenta le dan un marco épico a la noche de Porto Alegre. No lo pueden creer. Nadie lo puede creer. Ni ellos ni nosotros. El Millonario logró una hazaña gigante en Brasil. Estaba al borde de la eliminación, no podía jugar, no podía atacar, había perdido la brújula, estaba a un paso del colapso. La atajada de Franco Armani a Everton parecía de relleno para el resumen de televisión, pero terminó siendo clave porque le dio vida a un equipo que coqueteaba con el nocaut hasta que sacó un golpe espectacular, prácticamente inesperado. Rafael Borré alcanzó el empate insuficiente y, cuando el reloj seguía amenazando con darle la felicidad a un Gremio que se dedicó a burlarse del tiempo, apareció un penal tan legítimo como increíble luego de una mano del ingresado Bressan ante Ignacio Scocco, otro ingresado. Gonzalo Martínez, qué loco que está para patear después de una ola interminable de reclamos, lo transformó en gol y, a partir de ahí, aparecieron los alcanzapelotas, Marcelo Grohe dejó de tener dolores. Sin embargo, nada derrumbó al Más Grande para llevarse la clasificación a la final de la Copa Libertadores.

River está en la final porque fue valiente y se plantó en Brasil como si estuviera en el mismísimo Monumental. Aquellos que analizan resultados se frotaban las manos para decir que Gremio controló al equipo de Marcelo Gallardo en lugar de evaluar el contexto. Las situaciones desperdiciadas nunca serían mencionadas. Se iban a escribir muchas injusticias propias de quienes pretenden ver caer al ejército de Napoleón. El fútbol es cruel en reiteradas ocasiones, pero esta noche fue justo con River porque se cansó de insistir cuando tenía la pelota y también cuando estaba jugado, dispuesto a todo o nada. Y fue todo porque soportó con hidalguía la insoportable estrategia de un rival que después del segundo gol no quiso jugar más, amparado en un arbitraje que era contemplativo con las sistemáticas dolencias del arquero y sus compañeros, así como también con la ausencia de alcanzapelotas.

 

Ninguna de las artimañas derribó a este River de mentalidad ultraganadora. Ni siquiera la falta de Marcelo Gallardo en el banco de suplentes. El Muñeco, harto de que las sanciones sean tan duras, fue al vestuario durante el entretiempo para hablar con sus jugadores. Hizo cambios arriesgados, no había mañana, solamente un presente que estaba listo para dejar al Millonario en el camino hasta que el destino o vaya uno a saber qué se acordó de ser justo con un grupo muy fuerte, 100% profesional, de buena gente y que pelea con armas nobles. Es que lo hecho en el primer tiempo, aun sin generar suficiente riesgo, no era para irse al descanso con dos goles abajo en la serie. La idea de juego, abriendo la cancha, haciendo descargas y aplicando paredes era acorde con las necesidades. Faltaba el gol, ese premio que a Gremio le apareció con pocos méritos y que al conjunto de Napoleón le elevó la vara.

La perseverancia jamás desapareció. Siempre hubo lugar para no bajar los brazos mientras los relámpagos iluminaban el cielo y anticipaban una tormenta ideal para que los hinchas de River se fueran cabizbajos del imponente Areno de Gremio, esquivando charcos, empapando la ropa y temiendo ataques de la favela aledaña al estadio. Lucas Pratto siguió empujando con más que ideas, pero logrando que un adversario lo bajara para obtener el tiro libre del 1-1. Scocco se bancó ser suplente pese a su promedio de gol altísimo. Entró y provocó la mano del penal. Y el Pity, fuera del once inicial para sorpresa de propios y extraños, demostró que podría ser paciente del Borda tranquilamente porque cualquier ser humano normal hubiera cedido al balón después de tantos minutos pensando dónde rematar, qué convenía hacer. A él no le temblaron las piernas. A River tampoco. Es un equipo inteligente, fortísimo mentalmente, diseñado para dar batalla en donde sea. "Que la gente de River crea porque tiene con qué creer en este equipo". Gallardo lo dijo. Y nosotros creemos. ¡Vamos por más, Millonario querido!