Habló con Emanuel, o con “El pelado”, como le dice a su amigo de toda la vida, y le contó lo que había soñado: hacer que todos los chicos del pueblo conozcan River.
Juan Bernabé Molina es un pueblo de la provincia de Santa Fé, ubicado a 90 km de Rosario y a 320 km del Monumental, me dice Marcelo, que por lo visto los tiene bien contados.
Marcelo me va contando, audios de whatsapp mediante, lo difícil que fue siempre venir hasta Buenos Aires a ver a River. No sólo por la distancia y el viaje en sí mismo sino además por lo complicado que es conseguir entradas. Termino de escuchar el audio y me veo a mí hace una semana atrás puteando contra todo el planeta por haber hecho una fila virtual de seis horas para conseguir una entrada para el partido contra Gremio, quejándome de que estaba en el puesto 200 y se actualizó la página y me mandó al 1200, que no pude sacar Belgrano y sólo quedaba San Martin, que esto y aquello. Me sentí injusta con él, y un poco boluda también.
Marcelo y Emanuel solían ir a la cancha con las distintas filiales y deseaban que los chicos de su pueblo pudieran experimentar esa sensación de pisar el Monumental y ver a su equipo jugar ya desde la infancia. Me cuenta que si bien es hincha de River desde que nació, recién pudo conocer el estadio a sus treinta años y que no quería eso ni para sus hijos, ni para los demás pibes de J.B. Molina. Y como ambos amigos sabían que los chicos no tenían acceso a semejante vivencia fue que decidieron poner manos a la obra y el corazón sobre todo.
Se juntaron, se organizaron, hablaron con los chicos, hicieron varias reuniones. Se acercaron a la Filial ‘Oscar Pinino Más’, ubicada a 40 km en Villa Constitución, contándoles su idea, buscando información sobre cómo empezar, qué había que hacer, qué se necesitaba. Y no recibieron otra cosa más que aliento, apoyo y solidaridad. River es una gran familia esparcida por distintos lugares del país donde no importa de qué lugar vengas ni a qué lugar vayas, siempre vas a ser un par.
Fueron invitados por la filial a una cena donde también estaba invitado el Piri Vangioni, oriundo de Villa Constitución, quien les firmó una camiseta con la que hicieron la primera rifa en la Plaza de J.B. Molina y así pudieron juntar un buen dinero para alquilar un local. Luego llegaron todo tipo de préstamos, como un proyector y un deco para ver los partidos, además de la cuota mínima con la que se mantiene el lugar.
Antes solían juntarse donde podían pero el 4 julio de 2016 fue el día que abrió de manera oficial la Peña Mario Casadedio, en homenaje a un vecino de J. B. Molina que es, según ellos, el que ‘sabe todo’ sobre River. Esa especie de enciclopedia riverplatense que recuerda goles, fechas, lugares, nombres, apellidos y minutos que no recuerda nadie. Un vecino muy querido que supo ganarse un lugar en el corazón de estos hinchas y que eligieron poner su nombre en lo más alto del pueblo.
De ahí en adelante el sueño no sólo se hizo realidad sino que ahora es más grande. Decenas de chicos pudieron conocer la cancha, el museo River e ir a partidos. Estuvieron presentes en las dos finales de Copa Argentina, la final de Copa Libertadores, la final en Mendoza; y en el 8 -0 con Wilstermann, donde era la primera vez de uno de los chicos yendo a River y no podía parar de llorar.
Marcelo y Emanuel pudieron ver las caras de esos pibes emocionados, casi no creyendo lo que estaban viendo, agradecidos con ellos por haberlos sacado de enfrente del tv y ponerlos en la escena real donde las cosas pasan y se sienten más a flor de piel que en ningún lado. Donde el sonido es ensordecedor, donde los colores son más vivos que nunca. Noto en los audios su voz entrecortada y hace que me emocione con él. Yo también la primera vez que fui a River entendí que una pantalla de un televisor no muestra ni cerca lo que ves cuando estás ahí. No hay lugar en el mundo en el que me sienta tan bien.
Se van turnando, todos colaboran poniendo autos o camionetas para poder entrar más. Luchan para conseguir entradas, hacen rifas, y cuando vuelven de ver a River traen indumentaria para todos porque allá es muy difícil de conseguir. Todos quieren la camiseta, el pantalón, la gorra. Todos quieren vestir y mostrar al club que los representa.
Pero las reuniones no sólo se dan cuando hay partido, la Peña Mario Casadedio está abierta siempre. Nunca falta un pedazo de carne en la parrilla como excusa para juntarse a charlar, para seguir buscando ideas para mejorar y para darle la bienvenida y ayudar al que lo esté necesitando.
River es eso, una familia. Como cuando llegás después de trabajar todo el día a la casa de tus viejos y están esperándote con el plato en la mesa.
Tal es así que se fueron uniendo los pueblos vecinos. Se acercaba a la peña gente de Gral Gelly y le preguntaban a ellos cómo hacer para ir a la cancha, cómo era el tema de las entradas. Y de a poco se fue sumando gente de Santa Teresa, Sargento Cabral, Godoy, Rueda. Todos sitios que quedan aproximadamente a unos 15 km de J. B. Molina. River se expande, se multiplica en cada sitio. Y los hinchas se encuentran.
Marcelo me agradece, dice que ellos siempre piensan que uno no les va a dar bola, que no quieren joder, que seguro nunca vamos a leer el mensaje que nos mandan. Me agradece por la oportunidad de poder contar su historia, porque hacen un esfuerzo muy grande ya que además de la peña cada uno tiene su trabajo y su familia. Él por la mañana atiende un almacén y a la tarde hace guardias de ambulancia hasta la noche, pero siempre le queda tiempo para River.
En el transcurso de todos los audios que me manda me agradece una y mil veces, nunca para de hacerlo. Es importante para él que se conozca su lugar, su gente, su devoción por River. Es importante para nosotros también, saber que River está más allá de Capital Federal.
Cuando terminamos la conversación reflexioné sobre todo lo que me contó. Escuché los audios varias veces. No pude evitar hacer comparaciones y pensar en que a veces me quejo porque estoy a 60 km del Monumental y si cambian el horario de un partido eso implica que llegue a mi casa muy tarde y que ellos están a 320 km entonces de qué me quejo yo. Que tengo la posibilidad y la suerte de poder estar medianamente cerca del lugar que más quiero en el mundo y que no se me hace imposible estar en los partidos. Que si la nafta está cara para ir y volver y además los peajes, y además las entradas, no me imagino la fortuna que les sale a ellos cada vez que vienen.
Que a veces los hinchas no tomamos conciencia de las posibilidades que tenemos, que los que estamos cerca del club hablamos con liviandad de un montón de cosas que nos resultan cotidianas y que para otros son un sueño que lo ven muy a lo lejos.
Que sabemos las calles, los accesos, el tren y el bondi que te dejan, cuánto te cobra un trapito y en dónde no dejar el auto, a qué hora llegar a determinados partidos, dónde es mejor ponerse. Todos lo vivimos con mucha emoción cada vez que vamos, pero seguramente ninguno de nosotros tenga la plena conciencia de que eso que hacemos cada domingo religiosamente algunos todavía no pudieron vivirlo nunca.
River traspasa los límites del barrio de Núñez, a 60 km, a 320 km o a mil, todos somos hinchas por igual. Todos sentimos lo mismo.
Terminamos de hablar, me agradece una vez más y me dice que cuento con ellos para lo que necesite. Que si algún día quiero ir a Santa Fe me van a recibir con los brazos abiertos, que siempre hay lugar para un millonario más. Ha sido quizás una de las conversaciones más lindas que he tenido en mi trabajo como periodista, justamente porque lo sentí como una charla de hincha a hincha y no como una entrevista.
Dice Marcelo que uno de los patrimonios que te deja River es conocer gente buena. Creo que hoy puedo dar fe de eso.