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Piel de gallina

Camila Sosa, hincha de River, le dedicó unas palabras su padre luego de su muerte expresando el amor del hombre por el Más Grande. Acá, te mostramos la emocionante carta de la fanática riverplatense.

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Camila Sosa, hincha de River, le dedicó unas palabras a su padre Alberto luego de su muerte expresando el amor del hombre por el Más Grande. Acá, te mostramos la emocionante carta de la fanática riverplatense.

El amor por River no tiene comparación alguna. Los hinchas millonarios asisten religiosamente al Monumental para ver al equipo de sus amores, dejando de lado todas sus responsabilidades cotidianas. Pero detrás de cada riverplatense siempre hay una historia. Muchos de estos relatos entristecen, pero indudablemente siguen llenando de orgullo a la institución más grande del país.

Tal es el caso de Camila Sosa, quien perdió a su padre Alberto hace algunos días debido al cáncer que el mismo sufría. Ella, al igual que su papá, es hincha fanática de River y luego del fallecimiento del hombre decidió escribirle una carta para que el mundo sepa el amor que ambos sienten por el Millonario.

+ Acá, la emocionante carta de Camila Sosa:

Lamentamos en el alma anunciar que un hincha del club se ha ido.

Pero este no es un hincha cualquiera. Él es un fanático en serio. Mi viejo era de esos que disfrutaba cada partido como si fuera el ultimo, tomándose su café en la confitería antes de que empiece. De los que viven a 7 cuadras de la cancha solo para poder sentir latir el Monumental de cerca todos los días, y cuando se separa de su mujer, se muda 5 cuadras para el otro lado. De esos que todo el mundo conoce, y al que todos le dicen “gordito gallina”. De esos que soportan la gastada cada lunes en la oficina, siendo todos sus compañeros de trabajo, bosteros. De esos que lloran pasionalmente cuando los partidos no salen como él quiere. De esos fanáticos del club que llevan a su hija al jardín de infantes “La maquinita de River”, para intentar convertirla en un pequeño pibe. De esos que laburaron en la comisión de prensa de River, para vivirlo todo desde adentro. De esos que festejan un gol como si fuera la final de un mundial. De esos que aman el futbol casi tanto como a sus hijas, y reniegan por ver siempre un profesionalismo intacto en la cancha.

¿Existirán de esos? ¿Existirán hinchas que hayan dejado todo en la vida por River?

Mi viejo el 7 de septiembre del 2014, partido con Tigre en el Gallinero, quiso ir a ver al club de sus amores como todos los domingos. Tenía una lumbalgia en la cadera que le dificultaba para caminar. Caminamos por Dragones hasta llegar a Figueroa Alcorta, e íbamos cantando junto con los demás hinchas hasta llegar a la cancha. Podía morir de dolor, pero no decía nada, porque River siempre era más importante.

Llegando a los últimos controles antes de ingresar, él iba por el lado de hombres y nosotras por el de mujeres. Alguien muy apurado le dio un golpe en el hombro, como un codazo, y de repente escuchamos un grito de dolor, que nos sorprendió viniendo de mi papá. Y entre medio de toda la gente, estaba ahí llorando, como muy pocas veces en la vida lo habíamos visto. Lloraba de dolor, un dolor que lo paralizaba. Dejé a mi hermana a cargo, y me fui a buscar un médico. Alguno de los que lea esto va a acordarse de mí. Corriendo, gritando, llorando desesperada, pidiendo que alguien lo ayudara. Mi papá ya tenía un cáncer de pulmón galopante, y me aterraba pensar que esto seguramente tendría algo que ver. Finalmente encontré una ambulancia, que me llevó hasta el mítico restaurante “Champs Elysees”, mejor conocido como “El águila”, bar donde mi viejo después de cada partido iba a ver el resumen de la fecha y cenaba con amigos de la cancha. Ahí lo encontré, sentado y dolorido.

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Lo llevamos al Hospital Pirovano, pensando que se había dislocado el brazo. Pero era una fractura de húmero. Y mientras le hacían los estudios, preguntaba “cómo va la gallina?”. Gol de Mora. Tres borrachos gritando, con un poco de la euforia que produce el vino en cartón, seguramente. Radiografía. Otro gol de Mora. Y con mucho dolor, sonrió.

A partir de ese momento, descubrieron un cáncer metastásico de riñón, que se había extendido al pulmón, a los huesos y a la cadera. Y al mismo tiempo, River iba cada día mejor.

En cada partido estuvo vibrando desde su departamento, que de por sí se movía todo por el latir del Monumental. Vio absolutamente todos los partidos del campeonato, gritó con lo poco que le quedaba, y se emocionó cada vez que pudo. Nos abrazó en cada gol que estuvimos con él, y agradeció habernos hecho hinchas del más grande.

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Los últimos días mi papá estaba muy deteriorado. No se despertaba para nada. Pero sabía que jugaba River, y pedía que le prendan el televisor.

Llegaba la fecha para renovar el carnet, y pidió que a él también se lo renováramos, porque íbamos a seguir yendo como siempre. El domingo 22, mi hermana quería ir a la cancha. Decía que nos iba a hacer bien para despejar. Porque eso tienen los partidos. En lo único que pensas, es en el juego. Pero le preguntamos a mi papá si quería que fuéramos o que nos quedáramos cuidándolo a él. Y su respuesta fue “Dale, vayan a la cancha”. Y así fue. Llegamos sobre la hora, nos pedimos una coca y nos sentamos en la primera fila de la Centenario Media, en el sector A. como siempre. Con la diferencia que ahora éramos nosotras dos solas. Y mi papá estuvo en cada lugar.

El martes 25 de febrero mi papá falleció. Y arriba de su cajón, estuvo la bandera roja y blanca que compró cuando ascendimos. Porque su canción preferida era la que decía “El día que me muera, yo quiero mi cajón, pintado rojo y blanco, como mi corazón”.

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+ El amor por River no entiende de límites.

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