River exhibió muchos problemas en el fondo y tampoco tuvo puntería en los metros finales, por eso perdió 1-4 frente a Peñarol, en Montevideo. Lejos de servir como examen, el balance es alarmante en algunos aspectos. Para colmo, Barovero salió lesionado.

Lo que podía ser una noche relativamente distendida, más allá de cualquier resultado -siempre y cuando fuera ajustado-, terminó dejando más motivos para preocuparse. Si bien es cierto que hasta no llegar a la instancia de los mano a mano en la Copa Libertadores de América habrá esperanzas, el presente de River alimenta las razones para incrementar la incertidumbre. Fue la segunda goleada recibida en este mes, un detalle que de ninguna manera es casualidad.

Fue una noche completamente torcida. Apenas se puede rescatar el centro perfecto de Andrés D’Alessandro para que Ignacio Fernández, por sorpresa descontara. Pero antes y después el nivel fue de terror. Todo comenzó mal porque Peñarol asumió el protagonismo inmediatamente y, como si fuera poco, Marcelo Barovero salió lesionado cuando tan sólo iban nueve minutos del primer tiempo.

En su quinto remate, el conjunto uruguayo se puso en ventaja. Diego Forlán, de gran tarea pero ayudado por el desastre defensivo del Millonario, vulneró a Julio Chiarini. El arquero tuvo que resolver un tiro que se desvió en el camino y lo descolocó. Pese a ello, saltó a el momento indicado, aunque en vez de rechazar hacia un costado o por encima del travesaño, dejó un rebote corto.

Hasta ese momento, River prácticamente no había tenido la pelota ni merodeado el área rival. Bien custodiado arriba, careció de contención suficiente -Nicolás Domingo tuvo un rendimiento bajo- y exhibió su principal déficit atrás. De los cuatro defensores, apenas uno actuó en su lugar natural: Eder Álvarez Balanta, cuyo desempeño fue demasiado pobre. El resto jugó en sitios que no eran sus originales. Más allá de que Milton Casco explotó como lateral izquierdo en Newell’s, está claro que en los cierres se notan sus inconvenientes. Leonardo Ponzio sufre en el retroceso, sin olvidar la ausencia de fortaleza aérea, mientras que Camilo Mayada tampoco es marcador de punta. Cumplió en la final ante Tigres, pero fue una excepción.

Es imposible no mencionar el asunto de la última línea. Realmente no va más. River, en determinados lugares del campo, necesita volver a tener jugadores en sus posiciones habituales. Nobleza obliga, Jonatan Maidana y Emanuel Mammana aún deben recuperarse al 100%, en tanto que probar a Kevin Sibille, primer zaguero de la Reserva, hubiera sido en vano: debe cumplir una fecha de suspensión y, por lo tanto, quedará al margen ante Patronato en la categoría que sea.

Peñarol aprovechó al máximo los problemas defensivos del Más Grande. Cada pelotazo largo preciso fue un suplicio. El colombiano Miguel Ángel Murillo estiró la diferencia. La cabeza de Nacho Fernández despertó cierto grado de optimismo, teniendo en cuenta las variantes para el complemento. Sin embargo, ni siquiera eso inclinó la balanza. Iván Alonso inquietó, pero sintió la ausencia de socios. Entonces, el Manya no perdonó en cada ataque con espacios suficientes a la espalda del fondo. Después del golazo de Diego Aguiar, apareció Cristian Palacios para sellar el 4-1 definitivo. Nada amistoso. Demasiado preocupante, si no aparecen respuestas, incluyendo a varios de quienes llegaron como refuerzos y ni siquiera califican como incorporaciones.

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