En un semestre futbolístico tormentoso y siniestro para River cuesta encontrar un rayo de sol que nos ilumine un poco el alma. Se hace difícil atrapar razones para creer que, más allá de los partidos insólitos que estamos perdiendo y de la mentalidad negativa que irradia el equipo, podemos encontrar alguna razón futbolística que no sea solamente el peso propio de la camiseta para terminar el año con un título. Pero existe ése espejo de luz, y tiene nombre propio.

Llegaste de Newell’s con la mochila llena de ilusiones, y seguro imaginaste que tu función iba a pasar por hacerte entender con Alario, y que entre los dos aprendan a formar un tándem letal y soñado. Driussi te había dejado la vara muy alta, aunque siempre te mostraste seguro ante el desafío de reemplazarlo. Pero de la noche a la mañana abriste los ojos y el 9 ya había aterrizado en Alemania.

A muchos hinchas se nos vino el mundo abajo de cara a la ilusión, porque habíamos perdido de un saque a la que era por ámplio margen la mejor dupla de América. Todos los flashes ligados al gol habían quedado posados solamente en vos, más allá que siempre tuviste y tuvimos bien en claro que no sos un centrodelantero típico cabeza de área, ni tampoco un goleador de raza. Nunca hubieses sospechado que viniendo a jugar al River de Gallardo te iban a sonar las campanas de la soledad ofensiva casi al mismo nivel que en Rosario, pero igual agachaste la cabeza y asumiste el desafío con toda tu experiencia.

Y la rompiste, hermano. La dejaste chiquitita. Entendiste que la oportunidad de vestir la camiseta que tanto soñaste desde chico era un premio maravilloso para tu carrera a los 32 años, y le sacaste el jugo al máximo partido a partido. Disfrutaste, y contagiaste a nuestro disfrute. Te vimos jugar con una soltura y una confianza envidiable. Estuviste firme y mantuviste la regularidad en los mejores momentos del equipo, y sobre todo en los peores. Cuando la pelota quemaba y las ideas colectivas desaparecían por completo, vos siempre aportaste claridad y esperanza.

Nos emocionaste aquella noche contra Wilstermann con ese primera jugada de película, y el resto de los goles. Apareciste moviendo la red en todas las series de la Libertadores. La metiste apilando rivales, picándola, de derecha, de zurda, de penal, de tiro libre. Bajaste miles de veces a tratar de generar juego. Nunca te escondiste entre los centrales, ni dejaste de mostrarte para tratar de terminar las jugadas. Y hasta debés tener chichones en la cabeza de tanto rechazar córners y tiros libres rivales. Completo el repertorio. Un lujo que estuvo desperdiciado en un contexto de soledad que fue igual de increíble que el fútbol que nos regalaste.

Y además en los últimos días declaraste casi como si fueses un líder de muchos años dentro del plantel. “Si seguimos jugando así no hay ninguna chance de ganar la final”, dijiste sin titubear. Asumiendo la autocrítica colectiva, bajando el mensaje correcto para tocar fibras íntimas, y haciéndote cargo de la situación complicada que estamos viviendo. Más allá de que vos sabés en tu interior que sos de los pocos que no pueden reprocharse nada. Y eso vale oro.

Fuiste lo mejor que nos pudo pasar en los últimos meses, Nacho. Ojalá que el 2017 por lo menos te regale un título, y que el 2018 te encuentre con un nivel similar o aún mejor. Y que sobre todo sea el año donde el equipo pueda encontrar el funcionamiento y la compañía que realmente merecés allá arriba para que volvamos a soñar en grande. Gracias por haberte cruzado en nuestro camino.

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