Iban 30 minutos del primer tiempo en Brasil y Edenilson convertía el 2 a 0. River caía en Porto Alegre sin preámbulos, ya no contaba con las cartas de Armani, Palacios y Quintero, mucho menos del Pity Martínez. Tiempo atrás nos hubiéramos agarrado del sillón y preparado para una goleada adversa rotunda en tierras brasileñas.

Pero no. No, ya no pasa. Hace rato que no pasa, porque este River te da esa sensación de que no se rinde nunca, de alguna manera, se va a meter en partido. Me corrijo, no te da una sensación, te da una certeza. Lo lleva en el pecho, ese escudo gigante que ahora se hace respetar como demanda la historia, lo llevan en la sangre sus jugadores, que cuando las cosas no salen, frotan la lámpara en un segundo como hizo Juanfer en Madrid. Lo lleva River en el banco de suplentes y tiene nombre propio: Marcelo Gallardo.

El Muñeco fomentó en sus dirigidos una mentalidad ganadora que se impone ante la adversidad sin discriminar por escenarios, rivales o debilidades propias. No importa si sus soldados son Barovero, Armani, Maidana, Pinola, Kranevitter, Enzo Pérez, Borré o Teo. El ADN River, el ADN Gallardo, se transfiere de generación a generación.

River siempre intenta sacarlo adelante. Ganando, empatando o perdiendo. Hay que ser optimista en la vida, creer en positivo. Hay que ser más River. Nada es imposible si se trabaja, se lucha y se deja todo por lograr el objetivo. El Más Grande lo viene demostrando hace tiempo. Una filosofía que se adapta más allá del campo de juego. ¡Gracias por tanto, Napoleón!