Algo cambió, evidentemente. En general, soy una persona bastante pesimista con esto del fútbol. Siempre prefiero mentalizarme en la previa y pensar que lo peor va a ocurrir, incluso sabiendo que lo más probable es que ocurra todo lo contrario: es como pagar un seguro. Si después lo peor sucede, y ha sucedido, uno se sentirá igual de mal, pero al menos no morirá de un infarto.

Durante mucho tiempo pensé que lo peor iba a ocurrir contra Boca. Cuando era chiquito, veía a Boca como una especie de malo de Batman en su esplendor. Que Boca, el club, la palabra, el estadio tan poco armónico, la combinación grotesca del azul y el amarillo en contraste con maridajes mucho más amables como el rojo y el blanco, por ejemplo: todo lo que implicaba ese equipo se me aparecía linkeado a la maldad. Y los modos, también. La manera de jugar, esa idiosincracia que acaso ahora sea lo que más les duela: que River los haya eliminado de dos cruces coperos consecutivos con su propia medicina, “a las patadas”, como ahora acusan muchos de ellos. Todo era diabólico. Y cada vez que River jugaba contra Boca en esos tempranos noventas, cada vez que River jugaba mejor que Boca, que era la mayoría de las veces, uno inconscientemente pensaba “bueno, este guión ya me lo vi: es cierto, no hay manera aparente de que nos hagan un gol, pero de alguna forma eso va a ocurrir y nos van a empatar, o Dios no quiera, a ganar”. Dios no estaba en ese business, evidentemente. Algo cambió.

Algo cambió, porque de un tiempo a esta parte cada vez que se juega un superclásico pienso “es imposible que nos ganen y es imposible que nos ganen”. Y efectivamente, es imposible. Boca sigue siendo el malo de Batman pero a la altura de la película en la que ya agoniza, al momento en el que el tipo quiere tirar manotazos de ahogado, ya perdido, y Bruce Wayne lo mira desde arriba, con desprecio o teniéndole lástima, directamente. Tan malo que parecías y mirate ahora, arrastrándote, chiquitito, inofensivo. Y ellos se dan cuenta. O algunos de ellos. Desde un palco de prensa de la Bombonera, hace unos meses, veía que no tenían manera de hacernos un gol, de patear al arco siquiera. Y al menos un hincha de ellos pensó lo mismo y decidió que el partido no podía continuar de esa manera: que continuara con jugadores de River quemados y ciegos o que directamente no continuara, abandonar. Era insoportable, para el hincha de Boca, ver la realidad tan cruda: ver que Batman o Gallardo los miraban desde tan arriba, tan seguros de sí mismos, con todo tan bajo control.

El domingo me pasó algo similar. Hacía mucho que no veía un rival tan malo en un partido con semejante marco. Un equipo con tantos temores, que no juega ni pega ni tiene viveza. En otro momento, hubiera pensado “bueno, este modelo de partido es conocido: jugamos mejor, no la embocamos y nos ganan medio a cero con gol de codo de Jara o algún jugador así”. Pero no, ya no pasa. En un momento, incluso, sentí lástima. Lástima a nadie, decía Maradona, pero juro que no pude evitarlo, Diego. Me pareció que no era un rival digno, que merecemos enfrentarnos a algo mejor, que estaban ahí en la cancha en modo zombi, que se arrastraban, que pedían piedad como la pidieron tantas veces Olimpos o Mandiyús en el Monumental. Boca jugó como un equipo chico, muy chico, con un plantel lleno de estrellas.

Y ahí está la molestia: si River no pudo ganarle a un equipo tan pero tan malo, muchachos, estamos en problemas.

+ FIXTURE: Lo que queda para River en marzo.

+ JUGADOR X JUGADOR: Los puntajes.

+ FOTOS: Las imágenes del Superclásico.

+ BRONCA: Gallardo lamentó el empate.

+ ACERTÓ: Al Muñe le salieron bien las apuestas.

+ VIDEO: Un recibimiento increíble.