Perdón Ramón, una y cien veces. Perdón otra vez, porque todavía parece insuficiente. Perdón, nuevamente, por la soledad y la desolación en que te dejaron en enero del 2000 Davicce y compañía, por los eufemismos de los “esfuerzos económicos desmesurados e irrealizables”.
Perdón por Aguilar y su travestismo. Por la traición de los que te usaron como bandera y luego optaron por cambiar de look. Porque en el comienzo de “la era de la boludez”, la elegancia, los siete idiomas y el “nutricionista” de un ingeniero tuvieron más marketing que un riojano morochito. A través de su discurso “progre”, te quisieron vincular con la rata de Anillaco y luego terminaron vendiendo su alma al Diablo. Intentaron mezclar todo, cuando lo tuyo -si es que el fútbol tiene ideologías- es de jacobinos, altruista, generoso, austero en su concepción. También socialista en la distribución y la posesión del balón. Con el sello de las utopías y los ideales de la pelota bien tratada.
¿O en los últimos tiempos se vio un equipo y una institución con tan escasos recursos humanos y económicos que fuera un canto a la solidaridad y la cooperación como ese San Lorenzo campeón? Para los necios que siempre te subestimaron, los que te estigmatizaron de “negrito suertudo”, volviste con el espíritu ganador de siempre. Igual que cuando te vendieron las figuras del River campeón de América y rompiste el molde con un campeón formado por pibes, con Saviola y Aimar primero, con D’Alessandro y Cavenaghi después.
Supiste arreglarte con los descartes, los saldos y el semillero. Ya no necesitaste ser “Enzo dependiente”, nada de “cracks-dependiente”, por si alguna materia te faltaba aprobar. Tuviste que comprar en la salada y no se te cayeron los anillos. La figura fue el grupo, el trabajo colectivo y el sello de tu estilo. Además, rompiste mitos o frases hechas, como esa que dice “equipo que gana no se toca”. Nunca repetiste el mismo equipo, “je, je”. Hiciste de la austeridad una trinchera, del sentimiento de revancha un motor y de tus convicciones un milagro.
¡Perdón, Ramón! En nombre de los que vimos tus “ojos de cielo” aquella noche de enero en Mar del Plata, cuando los que te queremos de verdad nos emocionamos aun viéndote con la azulgrana. Cuando desde la popular millonaria tronó el “Olé, olé, olé, Ramón, Ramón…!”, quedó claro que el afecto estaba intacto. Y perdón por los que te confinaron a esos cuatro años de ostracismo en tu apogeo.
Perdón, entonces, por todos esos que hoy ya no merecen “ni olvido ni perdón”. Perdón por este presente de River descendido, nunca mejor defendido que en la figura del otro Pelado. Ese León con el que ganaste la Libertadores. Perdón por los que nos hicieron sentir vergüenza ajena al ningunearte. Perdón Ramón, en nombre del fútbol todo. Porque defendiste la nuestra, esa que hoy practica Guardiola: la pelota al pie antes que el tacticismo. La escuela de Pedernera importada por los catalanes.
Perdón, Ramón, en nombre de la hinchada máxima. Perdón por los que te subestimaron, por no haberte cuidado. Perdón por la ingratitud, por la soberbia, por las mentiras piadosas. Perdón, “por el exilio de Gardel”, por no reconocer a “El último de los mohicanos”, el que privilegia el talento a la pizarra y los videos.
¡Perdón, cien veces perdón! En nombre de una multitud de ingenuos que no creen en las felonías ni en las puñaladas fratricidas y son respetuosos de los verdaderos ídolos. Perdón por habernos desviado del camino. Ese “fútbol arte” que siempre fue patrimonio cultural de River y vos supiste elevar como nadie a su máxima exponencia. Ese que hoy resucita en los brotes que quedaron de aquella siembra. Ayer Lamela, hoy Ocampos… siempre habrá otro pibe para recordarte, Ramón. Y en este día, también salud, en nombre del fútbol argentino que siempre te está esperando.



