La historia empieza en la sobremesa de una parrillita pseudo coqueta de Palermo, pero podría haber sido también después de un asado en cualquiera de sus casas. Mientras esperábamos la cuenta, no me acuerdo si del grupo de nuestro banquete o de un murmullo de al lado, escuché un bosquejo sobre los mozos extranjeros, que si nos sacan el laburo o no. Típica conversación –¿cómo atreverse a negarlo?- en tiempos donde la crisis y los discursos de los medios masivos nos condenan a una convivencia ineludible con esta clase de discusiones absurdas.
Prejuicios. El pibe colombiano nos dejó el tíquet y más de uno de los que unos segundos antes le había dado con un caño, ahora se quería hacer el boludo y no dejarle propina. En el auto, con la panza llena, la noche se presentó como excusa a la reflexión y se ve que me quedó picando todo lo que había escuchado. Repasé una vez más mi tesis existencial: la gente privilegiada, entre quienes me incluyo, suele ser la más prejuiciosa.
Hasta hace unos meses era una periodista de los miles que nos hemos encontrado siempre como empleados en una oficina, mientras sentíamos cómo se nos aplastaba el culo, y el cerebro, con un millón de ideas invadiéndonos la cabeza. En este caso estaba desempleada, por ir a una entrevista como recepcionista, cuando recibí un llamado que me cambió la vida: por algunos buenos pesos me ofrecían cubrir desde Buenos Aires a la Selección Colombia durante el Mundial de Rusia. Tenía la chance de jugarle una última ficha a la profesión.
En esos fatídicos tres o cuatro días previos a la “largada”, porque para mí empezaban dos Mudiales en uno, me sumergí de lleno en Google para aprenderme los nombres del equipo cafetero y de a poco me le fui animando a la filosofía “pana”. Así fue que di con datos de todo tipo, desde algún defensor al que el Barcelona discriminó y que después terminó figura de la Copa del Mundo y codiciado por los equipos más grandes de Europa; hasta entrevistas sobre cómo James Rodríguez fue su propio constructor de un presente como deportista de elite; llegué a detalles de por qué el “profe” Pékerman encontró la poción mágica como entrenador y catedrático de vida. Investigué. Entremedio de todo ese cúmulo de insomnio el que más me llamó la atención fue “Juanfer”, y con él su historia.
Cuando llegó a River, rápidamente, el Periodismo y la sociedad como acto reflejo se adelantaron en catalorgarlo. “El amigo de Maluma”, “el colombiano gordo”, “el reguetonero”, “el refuerzo falopa”, “el que dejó el fútbol por la joda”… Prejuicios, una daga mortal si además le sumamos el peso que tiene en el ADN riverplatense la posición de enganche en el campo.
Juan Fernando nació en un barrio muy humilde de Medellín, podría caber la palabra “villa”, pero no sea cosa que algún prejuicioso desprevenido se me asuste. Casi sin recursos, pero bajo el calor de una familia presente, se crió sin su papá, quien fue desaparecido en Colombia cuando tenía menos de tres años y poco se supo al respecto. De él le quedaron los recuerdos de todos los que lo vieron jugar a la pelota y por qué no, la herencia de una zurda soberbia. Quintero transcurrió su infancia con la responsabilidad de saberse con un as bajo la manga y con la fortaleza mental de elegir otro camino, distinto a lo que proponía su alrededor. ¿Su secreto? Nunca se olvidó dónde empezó todo: en la Comuna 13, cuna de sus amigos y tierra donde aún vive su abuelo. Su casa.
Su baja estatura hizo que durante toda su carrera tuviese que sortear los obstáculos de todas esas voces que le decían que no iba a llegar. Al mismo tiempo, configuraron en el colombiano el desafío constante por callarlas y por demostrarse a sí mismo su potencial. Quién sabe si además haya sido una hoja imaginaria en la cual escribirle a su viejo todas las charlas de fútbol que no pudieron tener.
Mientras acá se dijo que casi deja el fútbol por el reguetón y la noche, Juan perdía a uno de sus grandes amores, su abuela. Esa misma a la que dedicó aquel golazo frente a San Lorenzo que selló definitivamente el amor hacia el buen pie del futbolista, si es que quedaba alguna duda después de Rusia. Es que no vamos a negar que nosotros somos egoístas y queremos verle frotar la lámpara con la Banda cruzada.
Sobran jugadas y muestras de esfuerzo, goles, tropiezos y levantadas anímicas en su corta carrera. Wikipedia lo tiene protagonista por sus números en las competencias internacionales en las que participó, además de confirmar que comparte fecha de nacimiento ni más ni menos que con Marcelo Gallardo, carácter debe sobrar. Su templanza discursiva cuando declara ya marca una diferencia, como cuando amaga para dar el pase. Tiene la distinción de pensar y jugar en una misma vereda: la del “nosotros”, la del “grupo”. Vive como juega, juega como vive.
Perdón en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo. Del Periodismo y de todos aquellos que hayamos sido prejuiciosos alguna vez. Con Juan Fernando Quintero o con cualquier otro anónimo de los cientos de mozos que se rompen el alma por dos mangos, en las tantas parrillas de nuestro país.
+ Convirtió contra Independiente: su gol, clave para la clasificación.