Puede haber miles de razones, pero lo cierto es que todos guardamos en nuestra historia personal el recuerdo hermoso de por lo menos alguno de los 366 días del calendario. Y cada vez que llega esa fecha nos invade la emoción, se nos escapan más sonrisas que las habituales, y hasta sentimos que nada puede salirnos mal durante toda la jornada.
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El domingo 27 de noviembre de 2016 un arquero con humildad suprema y toda la pinta de oficinista de empresa multinacional salía a disputar el que hasta ese momento sería el partido más importante desde que llegó a su nuevo club, en tierras mexicanas. Se jugaba el pase a las semifinales con un equipo que a comienzos de campeonato tenía casi nulas aspiraciones de poder pelear algo importante, y enfrentaba ni más ni menos que al último campeón en condición de visitante.
Le patearon de todos lados, pero conocieron su versión imbatible. Esa faceta que nos maravilló tantas veces bajo los tres palos defendiendo el escudo más hermoso. Fue por escándalo la figura de la cancha, y cada mexicano que hablaba de él no hacía otra cosa que describir elogios infinitos. “Saludos para toda la gente de River que hoy también es un día especial”, sentenció el muchacho en cuestión una vez terminada la serie contra Pachuca. Y ahí se nos transformó la piel. Se nos vinieron recuerdos llenos de gloria y nos pasó por encima un maremoto de nostalgia.
Porque exactamente dos años atrás ocurría algo bastante similar. Había llegado ese momento bisagra que iba a derivar en un eterno amor incondicional. La introducción, el nudo y el desenlace de esa historia de ensueño la conocemos todos. Un penal insólito. Un láser verde. Un Parapam como melodía de fondo. Una tapada de ensueño. Una explosión sin precedentes. Un dedo índice de lado a lado. Un pasaje a la final. Un pateador que terminó en China. Una foto para toda la vida.
Me estuve fijando en el calendario de los santos, y figura que San Marcelo es el 16 de enero. Pero tanto en el almanaque sentimental de Trapito como en el de todos nosotros su día religioso siempre será el 27 de noviembre, y me parece justo que cada vez que llegue esa fecha sea nuestra obligación tener algo verde encima durante las 24 horas. Sería un merecido homenaje para el tipo que logró el grito más grande que no haya sido un gol, y para el único señor que consiguió que las tribunas del Monumental se llenaran de manchones que no sean rojos o blancos. Esos infinitos buzos con el 1 en la espalda portados por gente de todas las edades fueron la muestra más maravillosa de lealtad y adoración suprema.
Vos el domingo te acordaste de nosotros. De todos los que aquella noche de jueves en la cancha y en cada rincón del mundo nos desahogamos con ese penal que bloqueaste como si fuera el último grito de nuestras vidas. Y sabemos que esas palabras salieron de lo más profundo de tu corazón, ya que vender humo jamás fue tu escuela de vida. Nunca te olvidaremos, Marcelo Alberto, y cada noche soñamos con ver tus brazos gigantes y tus piernas desgarbadas otra vez decorando el césped de nuestro templo sagrado.
+ FOTOGALERÍA: Las imágenes de aquella noche histórica.
+ AFICHES: Las mejores cargadas para el eterno rival.