“Va a ser el mejor central del mundo”. Habitualmente me gusta jugarme esas pequeñas apuestas con amigos. Recuerdo que me salió bien con Messi: después del primer partido que jugó con el Sub 20 les dije a dos amigos del colegio que iba a ser el mejor del mundo. A un compañero le dije que, una vez que debutara en Primera, Falcao la iba a romper sólo por seguirlo a través de las naves de Inferiores que salían en el suple River de Olé. También fallé en algunas otras: pronostiqué que Musacchio iba a ser el dos titular en el Mundial de 2014; que Iturbe, apenas debutó en las Juveniles de Argentina, iba a triunfar en un grande de Europa: “Del Barcelona, Real Madrid, Manchester, no baja”. Y mi fracaso más reciente: Balanta va a ser el mejor central del mundo. El tiempo, como sucede habitualmente, no me dio la razón. Pero sigo creyendo que las condiciones las tiene. O las tenía. Y evidentemente no fui el único que lo pensó: un ex presidente del club que preferiría no recordar tasó el cincuenta por ciento de su ficha en diez millones de euros. Un defensor de veinte palos, dijo el tipo, que de centrales se supone que sabía. Tal vez nuestros augurios, algunos más públicos y, entonces, perjudiciales que otros, hayan conspirado contra el futuro de Balanta, que se termina yendo en silencio, por muy poco dinero comparado al vaticinio inicial, a un club del fútbol suizo.

¿Qué le pasó en el medio a Balanta para que perdiera mi apuesta personal? Balanta tuvo muchos problemas personales, familiares. Tuvo gente que lo rodeó desde pibe que lo terminó traicionando. Tuvo muchísimas lesiones. Y tuvo en su puesto a un Funes Mori por el que nadie apostaba nada que sí terminó efectivamente siendo el mejor defensor central del mundo. El principal problema de Balanta, creo, es que piensa demasiado. Y es un problema en bastardilla: un problema en el mundo del fulbo, del nograciaavó. Balanta piensa mucho, lee mucho, es un pibe que no tiene una pelota en la cabeza sino que comparte otros intereses mucho más amplios, que le escapa a la media del futbolista, lo supera ampliamente. Y Balanta, tan consciente de la vida y de sus alcances, tan pensante, tiene temores. Lógicos. Temores que con el tiempo se fueron multiplicando. Alguna vez lo comparé con el extraño caso de Benjamin Button, un tipo que debutó maduro, con mil partidos en el lomo, que hasta fue a un Mundial, que fue ídolo y valía millones, y que con el paso del tiempo fue perdiendo experiencia, empezó a cometer errores de principiante en partidos clave al punto de pedir el cambio porque sentía que estaba perjudicando al equipo. No se la terminó de creer nunca: incluso llegó a decir públicamente que era titular sólo porque habían vendido a Funes Mori. Y Funes Mori, su sombra, es justamente el caso espejo: un pibe con la cabeza fértil para creerse sus propias ficciones, que un día soñó que podía ser titular y lo fue, que otro día creyó que podía ser caudillo y lo fue, que otro día fantaseó con que podía hacer goles importantes y silenció la Bombonera y gritó en la final de la Copa Libertadores, y otro día creyó que podía ser un jugador de Selección y fue jugador de Selección, y se cotizó millones. Hasta creyó que podía hacer goles de tiro libre y el tipo fue y lo hizo. Se creyó el mejor y lo fue. Balanta empezó siendo el mejor y creyó que no podría mantenerse allí, que podía lesionarse, que podía equivocarse, que el mundo del fútbol es cruel y que podía comérselo. Hay un experimento cognitivo que dispersó el investigador de lingüística yanqui George Lakoff que puede adecuarse a nuestra agenda. A los lectores: durante un minuto, intenten no pensar en un elefante. Parece imposible: el no-pensar en un elefante suele emplazar a un Dumbo cualquiera en nuestra mente. Y bien: cuando a Funes Mori le decís que no piense en un elefante, no piensa en un elefante. Balanta ve elefantes hasta en la sopa. Ojalá le vaya muy bien en la vida porque sin dudas se lo merece.


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