Sí, es verdad que al fútbol se juega once contra once, y que ningún hincha por sí mismo puede meter una pelotita adentro del arco rival. Pero la gente sabe transmitir sensaciones y contagiar como nadie. El ejemplo más claro se vio la semana pasada, con esos dos banderazos históricos en 24 horas (y un tercero post partido) que revolucionaron la moral del plantel y cuerpo técnico.

Y River tendrá un plus que debe saber aprovechar el 24 de noviembre: la fortaleza del Monumental. Pero hay que comprender cómo sacarle el jugo a toda esa pasión desenfrenada que habrá en el estadio sin que las ansiedades jueguen en contra. Será muy difícil canalizar los nervios para todos los espectadores, pero es imperioso que el equipo reciba los 90 o 120 minutos un mensaje de que todo no está ganado si el equipo llega a sacar ventajas en el marcador, y que nada estará perdido si las consigue el rival en algún momento.

"Que la gente crea, porque tiene con qué creer", dijo el gran líder Gallardo hace un par de semanas. Y es ni más ni menos que eso lo que se busca para el sábado que viene.  La confianza bien entendida, y sostenida desde la realidad de nuestro potencial como equipo. Pero siempre con perfil bajo, sin menospreciar contextos ni situaciones.

El color y el ruido desde las tribunas no va a faltar, porque así interpreta todo el mundo River el mensaje en cada partido. Y semejante final histórica potenciará los sentidos, los latidos del corazón, y también los gritos interminables de apoyo hacia un equipo y un cuerpo técnico que han sabido llegar al corazón de cada hincha en los últimos años. 

Que sea una fiesta de principio a fin. Es el sueño de todos. Que nuestra fortaleza Monumental sea nuevamente testigo principal de una consagración histórica. Que cada integrante del ambiente riverplatense se encuentre unido bajo un mismo lema. Como en el 86. Como en el 96. Como en el 2015. Todos juntos por la gloria máxima.