La historia de River se ha alimentado de grandes emblemas futbolísticos a lo largo de los 121 años de vida que tiene nuestra gran institución. Y en medio de toda esa marea de talento que nos ha nutrido a lo largo del tiempo, existe un hombre que se destacó inclusive por encima de esa media de excelencia y que marcó sin lugar a dudas un antes y un después en nuestras historias personales y también en las del fútbol argentino. Estamos hablando de Norberto Osvaldo Alonso, ése futbolista que representó el estilo que tanto nos caracteriza como nadie, a base de técnica y calidad, y también de una personalidad y un carácter realmente inigualable que para el grueso de quienes lo disfrutaron de principio a fin es el máximo exponente futbolístico que hayan visto en sus vidas.

El Beto nació exactamente un día como hoy de hace 70 años. Vivió casi toda su infancia en Los Polvorines, y a los 9 años tuvo su primer contacto físico con River, la que será su casa futbolística hasta los tiempos que corren. Debutó oficialmente con la banda roja el 8 de agosto de 1971, en una victoria 2-1 frente a Atlanta en Villa Crespo y de la mano de Didí, un reconocido brasileño que en aquellas épocas era el entrenador del Más Grande. Justamente él fue quien lo apodó en sus inicios como "Pelé blanco", debido a sus virtudes dentro del campo y sumado además a que a tan solo un año de aquel debut dibujó una jugada magnífica para engañar al arquero de Independiente y convertir un histórico gol que había intentado hacer sin éxito el astro de Brasil recientemente fallecido.

Alonso fue para todos los de su generación y también para las futuras la bandera del número 10 argentino. Con una zurda prodigiosa y exquisita hizo un culto de la pisada, la pausa, la gambeta y la visión de juego, un combo explosivo para el fútbol de aquellas épocas. Y además siempre tuvo un temple supremo para hacerse cargo del equipo en situaciones límite, y para esquivar o bancarse las patadas de los rivales. Un auténtico fuera de serie que además fue el gran símbolo de aquel equipo de River que en 1975 cortó la tremenda racha de 18 años sin vueltas olímpicas, lo que significó uno de los grandes desahogos y también despegues de la historia del club bajo el ala de Ángel Labruna, quien fue como un padre en todo sentido en la carrera de Alonso.

El Beto y Labruna, su padre futbolístico (Archivo)

El Beto y Labruna, su padre futbolístico (Archivo)

Su pegada también era un arma letal, y en cada tiro libre cercano al área había sensación de gol. Como ocurrió en otra de sus grandes páginas de gloria deportiva ocurrida en la Bombonera el 6 de abril de 1986, fecha que quedará marcada para siempre en su vida y en el corazón del hincha riverplatense. Primero el Beto dibujó un salto celestial para cabecear una pelota naranja, que fue de ese color por la cantidad de papelitos blancos que había en el campo de juego, para marcar el 1-0 frente al clásico rival. Y luego justamente con un tiro libre sentenció la historia y se besó el escudo delante de los hinchas Xeneizes. Porque sí, Alonso también se encargó de marcar las diferencias entre ambos clubes, y a los de la vereda de enfrente siempre los superó siendo figura en el verde césped o con alguna sana chicana fuera del rectángulo de juego. Y para coronar aquella jornada de ensueño también hubo vuelta olímpica de campeón en La Boca.

El Beto con la 1, casaca que utilizó cuando fue campeón del mundo en 1978 (@RiverPlate)

El Beto con la 1, casaca que utilizó cuando fue campeón del mundo en 1978 (@RiverPlate)

Si bien en la Selección Argentina solamente disputó 19 partidos a lo largo de su vida y mereció muchísimas más posibilidades de las que tuvo con la celeste y blanca, es uno de los grandes privilegiados que lleva consigo el premio de haberse consagrado como campeón del mundo, en nuestro país en 1978 y ni más ni menos que en el Estadio Monumental. En aquel torneo estuvo en cancha en tres ocasiones, que fueron las únicas de su carrera en la m'sxima cita a nivel selecciones, con la particularidad que vistió la camiseta número 1 debido a que en aquella época los dorsales eran por orden alfabético.

El salto inmortal del Beto para cabecear la famosa pelota naranja en la Bombonera (Archivo)

El salto inmortal del Beto para cabecear la famosa pelota naranja en la Bombonera (Archivo)

Pese a que la historia de River siempre estuvo acompañada de grandes consagraciones, la deuda pendiente hasta la década del 80 era la tan ansiada Copa Libertadores, y como no podía ser de otra manera fue con Alonso llevando la 10 en la espalda cuando esa sequía llegó a su fin. De la mano de un equipo espectacular, el Beto no solo consiguió ser campeón de América sino también del mundo unos meses después, en una final Intercontinental donde él mismo con una avivada de potrero argentino asistió a Antonio Alzamendi para el único gol de aquel encuentro en tierras japonesas. Así fue como el gran ídolo conquistaba todo lo que era posible en el club de sus amores, y certificaba su lugar de emblema eterno por si hacía falta.

Con toda la tarea cumplida a nivel títulos y consagraciones, aquella final contra el Steaua Bucarest terminó siendo el último partido de su carrera, y unos meses más tardes había llegado la hora de despedirlo como se merece con su partido homenaje en un Estadio Monumental donde no cabía un alfiler literalmente. Fue el broche de oro para un futbolista que superó los límites de la excelencia y que está marcado a fuego en el alma del club más grande del continente. Hoy todos los hinchas de River brindamos por toda la felicidad y la magia que nos regalaste, por tu inmenso talento y por ese corazón riverplatense que late a la par del nuestro. ¡Felices 70, prócer!