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Desábato reeditó lo peor del bilardismo

Anoche, el defensor de Estudiantes, Desábado, se mofó de la enfermedad de Ariel Ortega durante un cruce con el ídolo de River.

pablo-desimone

Cuando River era claro dominador del juego y había hecho veinticinco minutos muy buenos, el partido tuvo un punto de inflexión. Fue un cruce entre Desábato y Ortega en el que al alto central del Pincha se le vió el alma. Sus epítetos agraviantes contra la enfermedad del Burrito empiojaron la noche. A partir de allí, River todo cayó en la vieja trampa bilardista: el terreno de la mala leche. Difícilmente en ese escenario River sepa cómo ganar los partidos. Son tramas que le resultan absolutamente incómodas. Tanto es así, que se olvidó de la pelota y, a pesar de los gritos de “tranquilidad” que pegaba Cappa desde afuera, nunca pudo salir de ese clima enrarecido. Esto no solo le costó la derrota sino también la baja de Villalba y Cabral. Ambos, a la postre bien echados, aunque cargados de impotencia. Pasaron de víctimas a victimarios producto de la indiferencia de Pitana frente al toma y daca que propusieron Braña, Ré, el nombrado Desábato y un Verón extrañamamente más capanga que jugador.

Desábato reeditó el agua podrida, el bidón, los alfileres, los salivasos, el golpe intimidatorio y el chamuyo psicológico perverso. El mismo que alguna vez utilizó Bilardo contra Bernao en un partido de Copa Libertadores de la década del sesenta, cuando le mandó saludos de un “amigo” del puntero rojo. La persona había fallecido en un hecho accidental cuando a Bernao se le escapó un disparo de su escopeta al cruzar un alambrado en una jornada de caza. Toda una corriente de pensamiento que cree que el fin justifica cualquier medio. Que la avivada criolla se estudia en la Universidad y que ni siquiera registran como vergonzante aquella final del Mundo en la Bombonera perdida contra el Milán, cuando Aguire Suárez, Manera y Poletti terminaron presos.

Desábato tenía antecedentes. En el año 2005, jugando para Quilmes y contra San Pablo, había tratado de “macaco” a Grafite, un jugador brasileño, lo que le costó tres noches de calabozo en aquella ciudad. Cuando parecía en extinción, quedó demostrado que parte del ADN pincharrata, de la era Zubeldía-Bilardo están aún vivitos y coleando. Tanto venimos hablando en estos tiempos de las identidades, de volver a las raíces, que estando Sabella en el banco de Estudiantes, dábamos por superadas aquellas anacrónicas historias. Iconoclasta de aquellas “sagradas” imágenes de los 70, logró armar un plantel riquísimo de variantes técnicas. Lo que ingenuamente había llevado a suponer que el paladar y el buen gusto le habían ganado la partida a la vieja y resultadista trampa. Pero esta dicho: se es lo que se es, por más que uno no lo quiera aparentar.

Cuando parecía imposible que esa estirpe se reencarnara con el mago Alejandro, revivió una noche en la cancha de Quilmes. Alguien llamado Desábato abrió la Caja de Pandora. Exhumó la vieja antinomia que existía contra los discípulos de Menotti, como Cappa. Y sucedió lo más bajo que el futbol nos puede ofrecer como espectáculo: ver como algunos profesionales degradan la condición humana de sus rivales. Ortega fue tratado de “borracho” así como Buonanotte podría haber sido tratado de cualquier cosa luego de su desgracia.

El partido, más allá de todo eso, River no debió perderlo. Sin embargo, a este precio tampoco es muy dulce la victoria pincha. No lo mereció por situaciones, ya que River con poco fue el más claro. Tampoco por su juego, que tiene y de sobra, pero ayer no lo demostró. Llevó el trámite al terreno que mejor domina. El del roce, el de la prepotencia y el de la manipulación e intimidación de los árbitros (Pitana y los dos líneas), que terminaron dirimiendo a su favor una guerra que tanto a Sabella como a Cappa -por historia y antecedentes- les debe haber resultado absolutamente tilinga, pusilánime y antifutbolera.

Foto: Fotobaires.

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