Son los sin nombre. Los que están ahí. Identificados por un “nick” y hacen posible está página. Tanto como aquéllos de existencia casi invisible en la multitud de las tribunas millonarias. O los que se juntan en el boliche más recóndito del país a ver al Millo por TV. Haga frío, nieve, 45 grados o haya un terremoto. Los que se arreglan todavía con una radio a transistores en el medio del impenetrable. Los que desesperan y esperan noticias desde el extranjero, vía Internet. Los que pueden decir siempre presente tanto como los que extrañan horrores, desde tierra adentro o del exterior. Hoy todos son los protagonistas, de un vínculo a tres vías. Ustedes, River, nosotros.
Hoy es el día del amigo. Y ya sea por aquella primera “caminata lunar” o por el recuerdo del gran Negro “Fontanarrosa”, cuentista futbolero y dibujante incomparable, el tema es reconocer en el encuentro con ese “otro”, el descubrimiento de otros universos. Unidos por el mismo cordón umbilical, como es el caso de esta web, pero tan diferentes, tan únicos, tan irrepetibles como semejantes y necesarios.
¿Tantas veces me he preguntado cómo se verá la tierra desde la luna? ¿Será igualmente de luminosa y escondidiza a la vez? ¿Tendrá también ciclos de transparencia y oscuridad como sus fases? ¿ Encontraremos desde allí la mirada sincera de los amigos? . Seguramente que desde ese atalaya se reflejarán todos los estados de ánimo que nos habitan. Sin embargo, hay una chispa que no se apaga y no entiende de catástrofes. Es el fuego sagrado millonario. Es algo que en la luna quizás no sepan. Que de la desesperanza mis amigos anónimos desmenuzan la esperanza. Que de catástrofes lo único que saben que es “Catastro de Fe”. Y que del riesgo país, más allá de todas sus desventuras económicas y laborales, sólo les interesa el riesgo River. Que es quien mejores intereses le ha pagado en vida en satisfacciones, asumiendo y bancando las malas, ya que en las buenas es fácil estar.
Amigos anónimos en esta historia es sinónimo de héroes anónimos. Son aquellos rostros desconocidos que descubrí desde que pisé el Monumental allá por el 66. Los que existieron antes y los me crucé tantas veces, desembarcando en la noche cerrada de La Boca. Eludiendo el fango maloliente del Riachuelo y cualquier emboscada acechante.
Recorriendo las Ruinas Circulares de aquellos conventillos, trazando atajos y jeroglíficos. Camuflados en el 29 y en el 152, jugándonos el pellejo. Para empezar a reconocernos en la Vuelta de Rocha y sentir que no estábamos solos. Que de a uno, íbamos siendo miles, que le estábamos siendo fieles al mandato de nuestro corazón. Y que muchas veces nos volvimos incendiados de dolor y esquivando los palos de la Policía, pero juramentado ante esos laberínticos pasadizos, que no había que aflojar que volveríamos y que íbamos a tener a revancha. Como tantas veces la tuvimos. Como después de 18 años, como la tendremos después de esta “década infame”.
Porque estos “amigos anónimos” son parte de esta historia de corazones valientes tanto como los que nos leen desde cualquier punto cardinal. O que se junta en paciente rueda de mate alrededor de una radio que transmita a River. Allí, donde existe poco y nada. Y la fantasía supera a la realidad. Ellos desde la Puna, la Selva, el desierto, o la montaña están siempre haciendo sintonía con nosotros. A esos tipos que asumen esta condición de locos con temple y pasión por la banda roja. A esos tipos con los que me crucé, con los que soñé, con los que imaginé tantas tardes y tantas noches, gozando por River, llorando por River. A esos “amigos anónimos” les quisiera estrechar mi mano y decirles: abrazo millonario. Que “aunque ganes o pierdas” uno sabe que “siempre van a estar”. Porque no sólo son necesarios, son imprescindibles, para que la luna sepa que hay un fuego en un punto del planeta imposible de apagar. Se llama RIVER.
