Se acerca un nuevo aniversario de los dos míticos goles del Beto Alonso -pelota naranja incluida- contra Boca, en la Bombonera, que sirvieron para ganar el título de 1986.
Era en abril y resoplaban lenguas de fuego,
a orillas de la ribera despeñada del Riachuelo se erguía
la sombra de los dos murallas gigantes. Ambos prestos para el duelo.
Y el cielo o el infierno, como premio.
El Norte blandía su látigo de trueno amenazante,
el Sur, su estoica presencia, impertérrita y rebelde.
De la cinta de cuero emanaban estrellas doradas como chispazos eléctricos,
un fondo de azul marino se ocuparía de ahogar tanto encono.
Del lado de enfrente, un ejército de Marcianos se había dispuesto a colonizar
el mítico templo, liderados por su máximo hombrecito.
Ese zurdito delgado que portaba el satélite en su mejilla,
repleto de noches y sueños de fútbol.
Los que daban su espalda al centro de la ciudad
besaron la arena raudamente.
Una gélida mueca de aliento quedó inscripta en el rostro de aquel bastión inexpugnable.
Trocó el triunfalismo en humillación.
Del otro lado, el fino estilo de un Capitán de otra Galaxia, “el Capitán Beto”, el del lunar.
Como un ET, eyectó la mágica luz en su testa, primero, y en su empeine luego.
Venció el hombrecito del banderín de River Plate en el aire,
por dos veces el arco vestido de bermudas y flequillo .
Marte, el Dios de la guerra, se había convertido en su gran aliado.
Hizo de una naranja una pelota y encendió sus gajos como labios,
babeantes de ese fruto vitamínico y lujurioso que le llaman amor.
La cítrica figura fue una bola de fuego por dos veces consecutivas
y la baba de su boca se lavó en la banda arrodillado de cara a su pueblo.
Sus venas estallaron y fueron foto inmortal para los del Sur.
En frente, hubo un crepitar de almas en pena silenciosas
que le dieron temprano la nuca a su templo sacrificado.
No fue una batalla más. Fue la coronación de un ídolo.
Un César que tuvo su máxima consagración en la tarde más soñada.
La enrojecida sangre victoriosa fue diagonal de una nube blanca,
entre la osadía y el clamor de aquella épica tribuna sur.
El cielo envolvió a su Dios como bandera y lo devolvió al infinito. Se hizo eterno.
Era en abril, un día 6, del almanaque occidental, del planeta tierra.
La luna, llena como nunca, decidió que sus volcanes, por un rato,
fueran “pelota naranja”. La suma circular de entretejidos gajos.
Fue vuelta olímpica en la Bombonera.
El día que el corazón se anaranjó.
Ave “astronauta millonario”. Ave “Capitán Beto”.
Ahí va, todavía, con su banderín, por el espacio.



