Naturalizar lo extraordinario es un suceso muy difícil de llevarse a cabo, y muy hermoso para vivir. River respira de hace muchísimo tiempo a esta parte un fenómeno anormal que se potenció aún más con las reformas en el Estadio Monumental, que no solo aumentaron exponencialmente la capacidad sino que acercaron la pasión al campo de juego desde los cuatro costados. Definitivamente hemos naturalizado lo que suena irreal desde el sentido común, pero no por eso debemos dejar de destacarlo y ponderarlo al máximo.

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Eran las cinco de la tarde, cuatro horas antes del pitido inicial, y las calles aledañas ya tenían la escenografía del comienzo de una marea roja y blanca dirigida hacia un mismo norte. Y el ritual comienza en los alrededores con toda la previa, donde la fiesta se hace presente sin importar el rival y la clase de partido, donde diferentes masas de público en diversos lugares de las inmediaciones conforman el primer gran escenario de celebración de la jornada, desde todos los puntos cardinales que apuntan al Monumental.
Fue asomar la mirada hacia las tribunas cuando está a punto de iniciar el partido, y solo tener la capacidad visual de observar una cabeza del lado de la otra donde no cabía un alfiler en el medio de cada una de las cabeceras. Literalmente como si fuese una final decisiva de Copa Libertadores o un Superclásico. Un martes laboral en un horario mega incómodo, en pleno enero y para ver un amistoso frente a un rival que tampoco entusiasmaba demasiado de antemano porque llegaba con ninguna de sus figuras. No tiene lógica, o en verdad sí la tiene porque se trata de nuestra gente, la del Más Grande.
Y en este partido contra México apareció una atmósfera puntualmente especial. El fin del 2024 nos había dejado a los hinchas abatidos y golpeados por lo que fueron los rendimientos futbolísticos, y la desazón desbordaba por todos los poros. Pero ayer claramente nuestros cuerpos empezaron a oxigenarse de puros aires de optimismo, de renovación y de nuevas y buenas vibras.
Esas vibras generadas desde el orgullo provocado por el sentido de pertenencia de estos chicos ya crecidos y nacidos en el club que se volvieron a juntar en casa para seguir llevando adelante nuevas aventuras en busca de más gloria. Un Montiel que fue el más ovacionado de la noche por lejos por lo que significa para el pueblo argentino también, con un Martínez Quarta y un Driussi que llegaron con 28 en el DNI en plenitud para seguir llevándose el mundo por delante, y por supuesto con todo lo que significa también el regreso del gran referente que volvió a llevar el 24 en la espalda. Uno de los tantos miles en este mundo que tiene su nombre de pila en homenaje a Francescoli.

Y Cachete se sentó en el banco y con el Chino empezaron a cantar las canciones que bajaban de las tribunas. Y en otro momento Enzo los molestaba y se reía con ellos. Y la gente feliz ovacionando ante cada situación que se contagiaba desde adentro de la cancha. Nos quedó la certeza de que ahora sí renació una esperanza firme de volver a encontrarnos con el River de Gallardo que nos enamoró tantos años, y el plantel del Muñeco sabe que el apoyo del público será siempre incondicional para que nunca se sientan solos en las batallas.
Porque es así, y se ve una demostración tras otra hace años y años. El hincha de River no conoce de límites y supera todos los niveles de fidelidad. No analiza contextos porque simplemente se deja llevar por la pasión por los colores, y ante eso solo queda disfrutar, admirar y enorgullecernos. Vamos River todos juntos para que sea un gran 2025. Nuestra gente merece volver a festejar en grande.