Pese a que perdió 0-1 frente a Liga Deportiva Universitaria de Quito y padeció un inexistente penal en contra, el Millonario ratificó su especialidad a nivel internacional desde que asumió Gallardo y se clasificó a los cuartos de la final de la Copa Sudamericana. Ahora espera por Chapecoense o Libertad.

Todavía quedan unas gotitas de nerviosismo seguramente. Fue complicado, una suerte de final anticipada. No era para menos. Además de un rival muy competitivo como Liga de Quito, los 2.850 metros de altura contribuyeron con la causa. Sin embargo, River sacó pecho. Tuvo sus chances. Fue ineficaz para aprovecharlas y recibió un golpe. Podría haber sufrido otro revés, pero algunos cruces fundamentales de Jonatan Maidana -reparó su error de cálculo en el gol-, el guiño cómplice de los postes y la inteligencia para hacer correr la pelota durante los minutos del cierre hicieron que el festejo se vistiera de rojo y blanco.

Lo cierto es que River pasó de cumplir un papel destacado en el primer tiempo a atravesar diferentes lapsos severos en el complemento. Durante la etapa inicial exhibió una máster en cómo afrontar la altura. Fue un equipo corto, agrupado, meticuloso para reducir espacios, más allá de algún sobresalto aislado al desarrollo. Administró bien el oxígeno. También supo emplear el balón, a través de Carlos Sánchez y compañía. Arriesgó y aceleró cuando vio que podía hacerlo, mientras que aplicó la pausa, jugó con la desesperación local (sobre todo Nicolás Bertolo, víctima de siete infracciones) y se apoyó en el reloj, su aliado clave, en las circunstancias necesarias.

Además, Marcelo Barovero dio el presente en diversas jugadas de la primera mitad. Subsanó un retroceso en falso de Maidana, empujado por el uruguayo Jonatan Alvez, y le sacó una chilena a José Cevallos. Como si fuera poco, sabiendo que era imprescindible darle aire a sus compañeros, demoró sin abusar en los saques de arco. Del otro lado, Alexander Domínguez, a diferencia de siete días atrás, tenía dos balones para sacar inmediatamente. Entonces, en ese contexto, River salía ganando ampliamente porque tenía todo bastante controlado hasta que se fue al descanso, prolongado de manera intencional para reponer piernas y oxígeno.

Sin embargo, el segundo tiempo de la altura fue cruel. Provocó ahogo. Sedujo a River al principio, cuando desperdició las chances para noquear a Liga. Un derechazo de Lucas Alario y otro de Rodrigo Mora, ambos de gran despliegue y solidarios tanto para aguantar como descargar, exigieron al arquero ecuatoriano. Hubo otros dos intentos sin demasiado peligro. El fútbol, cruel también con esa máxima de las oportunidades que no se concretan, pasó factura: Narciso Mina, segundos después de haber entrado, vulneró de cabeza a Barovero, tras un lateral en el que hubo una sucesión de equivocaciones del fondo millonario.

Con al menos 37 minutos por delante, había dos opciones: esperar y sufrir hasta sacar un contragolpe o ir en busca del gol que liquidara la serie. No ocurrió ni una cosa ni la otra. Primero, River padeció zozobra. Un penal mal sancionado, debido a que una acción confundió al árbitro cuando Matías Kranevitter barrió ante Alvez, puso en jaque la ventaja conseguida en el Monumental. Alvez se hizo cargo y falló: la pelota se fue cerca del poste izquierdo. Luego, como si se tratara de una pelea dura de boxeo, hubo golpe por golpe.

El Millonario, sabiendo que tenía espacios para lastimar, apostó. Sin regalarse atrás, asumió ciertos riesgos. Los palos evitaron un gol de cada lado. Camilo Mayada, Gonzalo Martínez y Tabaré Viudez no sólo aportaron piernas y aire, sino que también pudieron dormir tanta dinámica para que se jugara al ritmo que requería El Más Grande. Además, el uruguayo y Pity ganaron infracciones. De hecho, el ex-Huracán encaró, desequilibró e incluso pateó. Consiguió una expulsión en cierre. Recién ahí todo River respiró aliviado: una vez más, pese a que costó, como era de esperar, exhibió su chapa internacional. A la altura, pero de las copas.

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