El backstage de este texto es un tipo sentado frente a una computadora, pantalla en blanco y un palito titilando, que le dice, me dice, dale, ya precalenté demasiado, ponete a escribir, hasta cuándo me vas a tener al pedo acá apareciendo y desapareciendo sin meter una letra.

Un par de veces amaga con arrancar. Tres, cuatro palabras y borra a foja cero. No, no hay muchas ideas. Y tal vez, pienso, sea porque River, el tema en cuestión, pasa por un momento incómodo. Cómodamente incómodo, digamos, comfortably numb. Es incómodo todo lo que no sea jugar contra el Barcelona y es cómodo saber que vamos a jugar contra el Barcelona porque somos el campeón de América y el campeón vigente de todas las competencias internacionales posibles.

Si hasta le ganamos a Boca, otra vez, y se disfrutó un ratito. Siempre está bien ganarle a Boca, sobre todo cuando el rival te permite hacerlo en los noventa y pico de minutos que se juegan y no decide irse antes, pero todo sabe a poco. Suena a poco que ahora se vengan Defensa y Justicia y Aldosivi. Dos equipos que por otra parte tienen camisetas amarillas y verdes, que a mí me enseñaron de chiquito que no es una combinación propia de un uniforme de fútbol profesional a menos que seas la selección de Brasil: nada serio puede salir del maridaje del amarillo y el verde.

El pasto desgastado del jardín de tu casa, una remera medio fumanchera, limones padre e hijo, un canario, pero de ninguna manera un equipo de fútbol. Y River va a jugar contra esos colores, y por nada, por seguir siendo River, que no es poca cosa, pero a dos meses está el Barcelona en el horizonte y, qué sé yo… El otro día con un amigo, pasado de copas, consensuamos que ganar esa hipotética final significaría la mayor hazaña de la historia del fútbol argentino y probablemente mundial, el maracanazo ya fue, hay dos o tres imágenes y nada más, como de la llegada del hombre a la Luna: probablemente ni siquiera existió.

¿Cómo se emparda eso? El partido contra Chapecoense tiene cierta trascendencia porque seguimos en carrera en la Sudamericana. Pero es el Chapecoense, un equipo que juega en la jungla, que sabemos que existe porque va a jugar ahora contra River y que después de la serie pasará otra vez a no existir ni a sonarnos por el nombre. No, el Barcelona no se va de ahí. Y Japón… Insólitamente Japón es la meca del fútbol de clubes para nosotros, es jugar en otro universo: sabemos que no se juega allí por ningún otro motivo que no sea la guita, que en la FIFA nadie dijo “che, en Argentina hay unos pibes que creen que Japón tiene más mística: hagamos el Mundial de Clubes allá”, pero es ahí y punto.

Vamos a estar ahí con un camperón del CARP en pleno Tokio, haciendo chistes de argentos que sólo nosotros vamos a entender, nos vamos a reír de los ponjas sin saber que ellos se están riendo mucho más de nosotros, pero no nos importa porque somos los mejores de todos. Es el escenario que siempre todos soñamos: jugar en Japón contra el mejor equipo de todos los tiempos, que es el Barcelona de Messi. El Barcelona de Messi no es uno, hubo varios, tal vez algún Barcelona de Messi fue mejor que este Barcelona de Messi, pero la historia dirá que el mejor equipo de la historia del fútbol es ése, en cualquiera de sus versiones. No importa. Como el Santos de Pelé o el Ajax de Cruyff o el River de Hernán Díaz. No nos podemos sacar de la cabeza ese escenario, nos bloquea, como me bloqueó para escribir un texto coyuntural sobre River, como bloqueó tantas veces al equipo durante estos últimos tiempos.

El tiempo no pasa más, no se aguanta la espera como tampoco se aguantará el corazón en Osaka y en Yokohama. Y estos dos meses no tienen sentido. Pero tendrán menos sentido si perdemos contra Defensa y Justicia y Aldosivi.

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