Sostuve durante mucho tiempo que la 10 le quedaba grande, y hoy le reconozco que hace un buen rato se muestra mucho más firme en todos los aspectos del juego para llevarla y sostenerla. Sostuve que antes tomaba malas y apuradas decisiones en casi todas las jugadas, y hoy le reconozco que ya está aprendiendo a resolver casi todo con más soltura, criterio y serenidad. Sostuve que en un momento parecía más preocupado en querer demostrar todo junto y a la vez caía en muy malas tentaciones como festejar goles silenciando a la gente, y hoy le reconozco que día a día ofrece más herramientas para ser un tipo mucho más confiable cuando lleva la pelota, y que ya no se ven ni rastros de actitudes negativas.

Llevó su tiempo, pero está claro que el Pity fue alejándose de la irregularidad para acercarse a la estabilidad futbolística y emocional. Hoy dejó de ser una segunda o tercera guitarra y él se siente la gran carta de desequilibrio ofensivo,más aún después de las partidas de Driussi y Alario. Y la gente con justicia se lo reconoce. El pibe se la cree de buena manera, y está bárbaro que eso pase, porque ahora juega plantado desde las lecciones aprendidas y desde los obstáculos superados. Todo aquel barro lo ensució de experiencias y le hizo entender que para sostenerse en River debía mostrar un salto de calidad en todos los niveles. Lo hizo, y se lo ganó solito. Nadie le regaló nada.

Toda carrera de un jugador en un club suele tener un momento bisagra o una situación que lo marca para empezar definitivamente a despegar, o para ahogarse en la intrascendencia. Para mí el quiebre fue el 21 de marzo, en la victoria 3-1 en cancha de Lanus. Lo curioso de aquella noche fue que por primera vez jugó todo el partido por derecha, y estuvo imparable de principio a fin. Fue como que ése cambio de posición le abrió un abanico de alternativas a su juego, y ahí empezó a creer que podía sentirse determinante para el equipo. A partir de allí todo fue un camino de pleno ascenso, incluyendo aquel otro 3-1 que se dio en el chiquero, donde terminó de confirmar su gran momento y su cambio sideral en la confianza que se estira hasta el presente.

Evolución, ni más ni menos que eso, y un año de mucho aprendizaje. Así ha sido el 2017 para él. Y en cada aspecto o detalle positivo que gira sobre la órbita de River siempre hay un responsable directo, que es el señor entrenador. “En mi familia lo quieren más a Gallardo que a mí”, se animó a confesar Gonzalo en una entrevista. “Siempre le destaco que jamás se escondió ni dejó de pedir la pelota, ni en los peores momentos”, le devolvió la pared Marcelo en otro micrófono hace poco. Y creo que ese ida y vuelta resume un poco todo. El Muñeco fue el que siempre confió, y el que día a día con su tenacidad hizo el trabajo de hormiga dentro de su cabeza para insertar células de maduración que le permitan poder volar, y mantenerlo cada vez más tiempo cerca de las nubes y más alejado de chocar la cabeza con las terrazas de los edificios.

Seguramente hace un año atrás si me ponía a jugar al PES en la Play difícilmente lo hubiese tenido en consideración para jugar de arranque. Pero no tengo dudas que si hoy agarro el joystick es el primero al que le designo una posición dentro de la táctica, con el que voy a asumir más riesgos, y al que se la voy a dar en la gran mayoría de los ataques para que resuelva.

Martínez ganó primero una gran batalla contra sí mismo, y después venció a todas las dudas que muchos teníamos para que pueda dar vuelta su propia historia. No por sus condiciones con la pelota, que siempre las tuvo. Pero sí por el cambio drástico de mentalidad que le hacía falta para potenciar sus virtudes y poder soportar semejante número en la espalda. Ojalá pueda culminar su gran año personal levantando otra vez la ansiada copa que nos vuela el cerebro. Ah, y súbanle la cláusula a tiempo, porque si en algún momento los malditos europeos ponen la plata y se quiere ir, que sea por lo que realmente vale.

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