D’Alessandro respetó el contrato y, tras un año a préstamo en Núñez, regresó a Porto Alegre para intentar devolver al Inter a la Primera de Brasil. El repaso de lo que fue su 2016 con la camiseta del Más Grande.

Trece años hubo que esperar para volver a tenerlo con nosotros. Una eternidad. Pudo haber sido antes, pero entre José María Aguilar y Daniel Passarella se encargaron de evitarlo. Su idilio con el Inter también postergó la tan ansiada vuelta. Hasta que un día lo llamó Enzo Francescoli, lo sedujo Marcelo Gallardo y Andrés D’Alessandro hizo las valijas.

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El 15 de febrero, frente a Belgrano, en el Estadio Mario Alberto Kempes, comenzó a escribir una nueva historia. El primer capítulo no fue el mejor. River cayó aquella noche por 3 a 2, aunque verlo a él con una banda cruzando su pecho ya era suficiente. El segundo sembró dudas. Cuando hizo su estreno en el Monumental, tuvo que dejar la cancha por una lesión muscular. Con 35 años no iba a faltar quien dijera “este vino a robar”. Nada más lejos de la realidad. Y D’Alessandro se encargó de demostrarlo.

Se exigió al máximo para volver y tuvo su recompensa frente a The Strongest, por la fase de grupos de la Libertadores. Con una jugada magistral abrió la goleada y se sacó una mochila de encima. Se notó en su festejo de cara a la Belgrano. Más tarde vendrían el partidazo en La Bombonera, poniéndose el equipo al hombro con una enorme personalidad, y un cierre de semestre entre lesión y eliminación de la Copa.

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Con la obtención de la Recopa saldó otra cuenta pendiente: ganar un título internacional con River. Lo festejó más que nadie, para él tenía un signficado mucho mayor. Era probar que estaba vigente, que no vino a pasear. Conquistado el trofeo, el nuevo desafío era la Copa Argentina. Por ella fue.

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A medida que se acercaba diciembre, crecía la incertidumbre con respecto a su futuro. Andrés, que hasta ese momento dejaba una puerta abierta a su continuidad, la cerró después de jugar su mejor partido del año en el Superclásico. Salió de la cancha despidiéndose de la gente, pero todavía faltaba escribir el capítulo más importante.

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En Córdoba, donde todo comenzó, levantó la Copa Argentina. Festejó su segundo título del año como si fuera el primero de su carrera. Era el broche de oro, la despedida ideal, la prueba más contundente de que su regreso no fue en vano. Era también cerrar algunas bocas, confirmar el cariño de la enorme mayoría de los hinchas. Antes de volver a Buenos Aires comunicó su decisión. Cerró de esa forma una etapa en la que disputó 30 partidos oficiales, marcó 5 goles y levantó 2 trofeos. Pero lo más importante, tal como lo dijo él, es que estuvo a la altura de las circunstancias.

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