No sé si a todos les pasó lo mismo. Ver a River contra Ñuls me resultó insoportable, me llenó de angustia, cada minuto, cada segundo. Ver un partido de River sabiendo que lo va a perder desde el primer minuto, sabiendo que ellos te van a hacer un gol de alguna manera, porque si no lo hacían con ese penal inventado daba la sensación de que lo iban a conseguir de cualquier otra forma. Ver, luego, que no había ninguna posibilidad de empatarlo. Son noventa y pico de minutos de angustia, peor que un drama almodovariano, mucho peor, porque en las películas no sabés nunca cómo termina la cosa. Acá sí.

Y con este River siempre me pasa lo mismo. Si va ganando, tengo la sensación y casi la seguridad de que le van a empatar el partido, así el rival sea el peor equipo del mundo, así no tenga ni un arma para llegar al gol, algo va a pasar y pum. Si va perdiendo, veo que es imposible que lo empate y efectivamente así sucede. Porque para hacer un gol, básicamente, hay que patear al arco alguna vez. Y River no patea al arco. Literalmente: no es un decir. No patea. Se queda tocando con levedad, de un lado hacia otro, hasta llegar al área y volver a tocar hacia atrás, hasta que le roben la pelota, como si jugara al loco, sin interés alguno en shotear al arco, como si no existiera tal arco, en realidad. Pareciera que River resignificó el sentido del fútbol y del deporte: ¿cómo es la cosa: ahora gana el que más pases da? Que avisen, si es así, así no vemos los partidos con tanta desazón.

Hablando en serio, se entiende la premisa de que si uno tiene más la pelota tiene, a su vez, más chances de ganar. Pero el axioma contempla que cuando tengas la pelota vas a intentar llegar al arco rival, que vas a hacer pases verticales hacia adelante y no sólo hacia atrás. Ya lo dijo el Muñeco en su momento: no somos el Barcelona. No intentemos serlo, entonces. El Barcelona es el único equipo que se puede dar el lujo de flotar y flotar, básicamente porque sabe que en algún momento, zas, algún monstruo te deja mano a mano, o cambia el ritmo y se elude a tres, cuatro o a todo el equipo rival, el único que puede volar como una mariposa y picar como una avispa, como hacía Muhammad Ali. River no cambia de velocidad nunca, levita en la cancha, se choca de frente con la insoportable levedad del ser, y choca la calesita. Y lo grave aquí es que esto ya se ha escrito. Exactamente el mismo diagnóstico.

Entonces, por qué insistir. Por qué el mismo esquema, la misma idea, los mismos intérpretes, si la patología no es nueva y evidentemente va a seguir ahí. Y no es que no se valore la vocación del Muñeco por mejorarla, el tema es que da la sensación de que la única manera de pelear el campeonato a esta altura es ganar todo lo que queda, que Estudiantes pierda todo y que la FIFA le descuente algunos puntos más por la inclusión indebida de algún jugador boliviano. Ya no se puede perder más. Incluso tal vez ya sea demasiado tarde para cambiar, tal vez ya estemos demasiado lejos, pero al menos hagámoslo para cuidar la salud de la gente: que ver a River no sea asistir a un carnaval de insipidez inaguantable. Lo bueno, lo único bueno de todo esto, es que da la sensación de que el Muñeco ve lo mismo: hizo la misma autocrítica, no buscó excusas ni en un penalcito que no fue, ni en algunas ausencias que atentan contra la regularidad. Ése es el mejor el punto de partida para cambiar. Pero hagámoslo ya. Cambiemos. Y que no sea sólo un slogan político vacío: cambiemos en serio. Por favor.

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+ PUNTAJES: Jugador x Jugador.

+ PENAL: La polémica en Rosario.

+ D’ALESSANDRO: Llegó a la quinta amarilla.

+ TABLA: Las posiciones del torneo.

+ FOTOS: Las imágenes del partido.