Largas filas, demoras, vallados inexplicables, desorganización y maltrato sufrieron los socios en la previa del partido ante Central en el Monumental.
La noche más esperada por el socio de River no estuvo a la altura de las expectativas. El adiós al canje, que llegó casi imprevistamente por la decisión de la AFA de vedar al público visitante, había sido recibido con alegría, casi con euforia. Pero el entusiasmo de volver a la cancha a la vieja usanza, presentando el carnet social, duró sólo hasta 2 horas antes del inicio del partido.
Gran parte de los 50.000 socios que coparon anoche el Monumental se encontró con un inexplicable operativo de vallados y seguridad, que incluyó el cierre de varias calles; entre ellas, Lidoro Quinteros y sus paralelas dentro del Barrio River. Esto transformó a las avenidas Monroe, Figueroa Alcorta y Udaondo en las únicas vías de acceso para quienes habitualmente llegan al estadio desde Belgrano y Núñez.
Esta circunstancia generó, en principio, desconcierto y mal humor. Pero una vez que los socios se encaminaron a través de las mencionadas avenidas, aparecieron los “pulmones” de control policial, que provocaron aglomeraciones y demoras. Todo en medio del escaso alumbrado público, la falta de señalización, la reducción de algunos carriles (Figueroa Alcorta, por ejemplo) y la impaciencia del socio por la inminencia del partido.
El trayecto que habitualmente podía hacerse en sólo 10 minutos se extendió a 40 minutos. Hubo 3 zonas de cacheo antes de llegar a las puertas del estadio. Allí quedaba un cuarto y luego un quinto en las bocas de accesos de las tribunas. Mientras tanto, la platea Belgrano alta desbordaba y la Centenario alta no se abría.
Pero eso no era lo peor. Cientos de socios con cuota al día rebotaban en los accesos por “falta de pago”. Estos debían volver sobre sus pasos y hacer largas colas en una ventanilla para justificar su situación y obtener a cambio un ticket de acceso. Otros directamente entraban en discusiones y forcejeos con el personal de control.
La policía también aportó al nerviosismo general y la violencia. En medio del frustrado intento de los organizadores de redirigir público hacia la tribuna Centenario (tarde, por cierto), aparecieron los palazos y el gas pimienta. Faltaban pocos minutos para que empiece el partido y miles de socios aún se encontraban en la calle, lidiando con una situación tan tensa como repudiable.
Fue un triste adiós al canje. Sólo el resultado final le trajo un poco de alegría al socio, que siguió el partido con la tensión propia del maltrato recibido. El club deberá revisar las fallas en la organización y exigir a la policía un cambio urgente de cara al próximo partido. Ir a la cancha no puede ser un martirio.
