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River volvió a ser el espanta sueños

Allí, en el Fortín de Liniers, quedó cautivo el "atrapa sueños" que cada tanto despierta en el equipo de Almeyda. Ese 4-3-3 que cosechó tantos elogios contra Newell's duró lo que un "piquito" en el de día de la primavera.

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Allí, en el Fortín de Liniers, quedó cautivo el “atrapa sueños” que cada tanto despierta en el equipo de Almeyda. Ese 4-3-3 que cosechó tantos elogios contra Newell’s duró lo que un “piquito” en el de día de la primavera. Fue una ilusión fugaz más, que terminó de la peor manera, como aquellas viejas pesadillas, cuando la impotencia quiere desalambrar esa película tortuosa, para que no siga, para despertarnos y duela menos. Ese viejo temor de “una sombra ya pronto serás”. ¿O volverás a ser…? El público de River así lo percibió más allá de los violentos en injustificables “justicieros”, que solo agregan nafta al fuego. Un mensaje: ¡cuidado, es tan corto el amor y tan largo el olvido!

Es que el baile que nos dio Vélez fue de tal magnitud como el de “Maravilla” Martínez en los primeros once rounds a Chávez Jr. Y que el baño de realidad fue un sopapo peor que el del mexicano en el último asalto, cuando casi nos quedamos sin nuevo campeón mundial mediano. Lo del Fortín rozó la humillación. River, decepcionante, y más doloroso aun cuando el hincha y su entusiasmo habían tomado envión. Almeyda, quizás sobre estimado por nosotros mismos los periodistas, cayó en la trampa de que los partidos pueden ser un “simulcoop” -uno de otro-.

Tanta es la ansiedad de ver a River ser el que alguna vez fue, que entre todos batimos bombos y platillos. Se había creado una atmósfera de confianza ciega en esa “golondrina” que, como es su costumbre, no termina de hacer verano. El equipo del Flaco Gareca marcó clarísimas y contundentes diferencias entre un conjunto que hace años viene jugando a lo mismo, aún con distintos protagonistas.

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Hay mucho mérito del entrenador, que puede sostener una idea colectiva de juego sin resentir su estructura luego de la sangría que sufrió su plantel, que maneja a las mil maravillas los recambios (por eso Bella puede ser Ricky Álvarez o el mismo Augusto Fernández; Insúa puede ser Zapata con más fútbol; Pratto, Óbolo; o Ferreyra puede ser lo mismo que Silva). Cualquiera de estos ejemplos es válido para el trabajo del Tigre, técnico que ha demostrado mucha plasticidad en sus planteos. Porque si hay algo que se vio a las claras y evidenció saber fue que nunca hay dos partidos iguales ni que los rivales son una calcografía. Como así tampoco jugar de local o visitante da lo mismo. Por eso, Vélez, avisado, muy avisado de lo que Almeyda quería reintentar, le cambió los roles y lo dejó sin libreto, sin papeles, ideas, ni armas para rasguñar siquiera a Fortín.

Ni siquiera pudo atinar a la inmolación del malón. River no tuvo alma ni reacción, porque la superioridad de uno a otro fue abismal. Vélez supo acortar el campo como pocos, jugó en ataque y defensa en 40 metros. Metió una presión que resultó demoledora, tocando y pasando. Los defensores y los volantes al ataque, así como retrocediendo los delanteros, que ni falta casi les hizo.

Mientras que River fue un horror. Impotente, desbordado, impreciso, soso, light. River volvió a ser esa sombra que no halla su D.N.I y cuya “cara B” -la de la desorientación- lo asalta cuando amaga reencontrarse con sí mismo. No hubo equipo ni individualidades que se salven de la crítica, excepto Barovero. Cuesta bancarse el desánimo, pero si se aprende algo de la lección ofrecida por los de Gareca, es constructivo que sea ahora antes de caer en el “agujerito sin fin”.

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El “espanta sueños” quizás nos remita a otra perspectiva. Saber que el sueño ambicioso de planear alto y ser ave rapaz de uñas afiladas para pelear el campeonato todavía no está; que este equipo debe pensar en volar más bajo hasta que pueda decolar como al hincha de River le gusta; que jugar con tres puntas no es para cualquiera ni se trata de pulsar el piloto automático; que es una pena que los sueños nos abandonen tan velozmente; que el dolor de “ya no ser” no puede ser una herida incurable. Para eso Almeyda tendrá que reenamorar a la gente encontrando a alguien que ame la pelota como una bandera, dejar los hologramas de los partidos y no refugiarse en los esquemas que una tarde y una vez, en un partido, le dieron resultado. Cada partido es un enigma a descifrar. Un enganche a mano es como un tarro de lombrices en la pesca, un cacho de pan en la mesa, el aire y el sol. Nunca debe faltar.

Atrapar sueños, exige primero principios de realidad. Sin la pelota no hay juego. ¡Basta de dudas! Puedo escribir los versos más tristes, sin embargo el viento gira en el cielo y canta: ¡Sooooy de River, soooy de River, soy de River, yo soy…!

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