Si usted es del club de los privilegiados que hace más de 40 años que ve fútbol, probablemente niegue cualquier intento de comparación entre el indescifrable “chueco” García, o el chaplinesco andar del Pistola Loustau, con este delgadito pibe, corte “puerco espín”, de voz ronca, de madrugada, con pinta de cararrota, hasta de mocoso insolente, diría mi tía Gertrudis. No es cuestión de comparar. Es cuestión de encontrar la síntesis, de aquellos modelos en este irreverente “Cabezón” D’Alesssandro.
Es cuestión de recoger el hilo del barrilete, usted que se empacho de ver zurdos talentosos e ir descubriendo en cada “poeta de la zurda” al crack que está naciendo.
Venga, le propongo este juego de la memoria, no para calificar si éste o aquél fue mejor sino para tratar de reencontrarnos a través de D’Alessandro con todos aquéllos que llenaron sus ojos y saciaron su paladar. En Andrés convive el Liliputiense Sivori deglutiendo Gullivers con su gambeta cortita, la sabiduría de Gerson para tejer el juego del Brasil del 70 y esa maravilla de potencia en el remate y temperamento que fue Rivelinho. Sin olvidarnos de la bordadora peruana que fue Cueto.
Si nos vamos a Europa, cómo ignorar la prestancia del alemán Overath o el manejo de las pausas y los tiempos de Van Hanegem, el cerebro del Ajax campeón del mundo, el liderazgo y la pegada con pelota quieta del rumano Hagi o la actitud ganadora del búlgaro Stoichkov.
Y acá en la Argentina, anote: el Inglés Babington y Marito Zanabria, dos que al trotecito daban cátedra de cuándo jugar corto y cuándo largo, claro que la cosa era a otro ritmo. Y en River cómo olvidar al eterno Carlitos López que llegó de Excursionistas para hacer sucesor al Beto y luego al Mago Sabella. ¿Y el negrito Ortiz?, “el mago Fafa”, que se cansó de fabricar goleadores gracias a sus preciosos centros. Pero no se trata, tampoco, de comparar épocas. Me niego a entrar en este terreno odioso e injusto. Porque todavía me quedan la suprema elegancia e inteligencia del Beto y ese milagro genético que fue Maradona, y a fuerza de ser sincero, con estos dos y el Messías que nos nació a los argentinos para ir con alguna chance a Sudáfrica, uno se hubiera dado por satisfecho y se debería haber cerrado el registro de mandrakes.
Pero vio cómo es el fútbol, no deja nunca de sorprendernos. Para mi gusto una de las zurdas más efectivas fue la de Rivaldo. Ese mulato de facciones cadavéricas, medio jorobado, las piernas flacas como dos cañitas. Hasta los 27 años, medio pecho frío, sin embargo de repente despierta y emerge su enorme calidad puesta al servicio del gol. Rivaldo era una heladera entrando en las l8. Una suerte de computadora a la hora de definir con el valor agregado de una estética y una elasticidad artística. Pero resulta, que otra vez, cuando el molde parecía roto a Rivaldo le nace un “clon”. Y ese clon es el Cabezón D’Alesssandro, parecido desde su figura esmirriada, sus hombros y la parte más alta de su espalda algo redondeada y esa chuequera de piernitas de alambre.
Y resulta que Andrés, que aparece tímidamente en la primera de River, empieza a hacer goles de una factura especial y pone su calidad al servicio del equipo. A esto le suma la dinámica del jugador moderno, el que se muestra siempre libre en cualquier rincón de la cancha, es conductor y cuando arranca es una locomotora con el arco entre ceja y ceja. Y, por sobre todas las cosas trae como todos los anteriores “poetas” el manual del potrero debajo del brazo. Te la muestra, la toca con la puntita del botín hacia la izquierda y la saca para la derecha. Todo a la velocidad del rayo. “Es la boba”, decía el Chacho Coudet, porque la hace una y mil veces y no hay manera de sacársela.
Usted vio mucho fútbol, seguramente más que yo. No haga comparaciones y sueñe. Simplemente cierre los ojos y disfrútelo pensándolo junto a Buonanotte. Que vuelva el pibe de voz ronca, de feca de barrio, el que tiene en las venas al atorrante que sale a divertirse. Esa raza en extinción que por suerte nació en el Jurassic Park millonario. El que en una década nos regaló a Orteguita, Gallardo, Aimar y Saviola y luego al Cabezón.
Da tanto orgullo saber que el mundo lo ha admirando como el hecho de saber que salió de casa. Por eso hay que pelear por su vuelta. Por que en esta lucha va la defensa de la línea histórica de la gran maternidad de cracks del mundo. Ya nos desangramos lo suficiente, viéndolo en Alemania, Zaragoza, San Lorenzo y en el Internacional de Porto Alegre. Queremos a D’Alessandro para que vuelva una bandera y “la estirpe de los zurdos mágicos”.
Piense, por un instante, en lo feliz que estaremos e volver a ver a D’Alessandro escribiendo poesías de fútbol, con la estilográfica que lleva escondida en su zurdita.



