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¡Memorable, Trezeguet!

El tiempo pareció detenerse en el minuto 37 del segundo tiempo. Ese señor flaco, alto, desgarbado y zancudo, de fina estampa al hablar, decidió una jugada de otro planeta. Esa que nace de un tiro de esquina ejecutado por Sánchez...

pablo-desimone

(Incluye video clip) El tiempo pareció detenerse en el minuto 37 del segundo tiempo. Ese señor flaco, alto, desgarbado y zancudo, de fina estampa al hablar, decidió una jugada de otro planeta. Esa que nace de un tiro de esquina ejecutado por Sánchez. Cuando la pelota llega al corazón del área, alguien la peina hacia atrás y el balón da un pique largo y alto. Y el de piernas largas, a lo Zizou, en posición diagonal al arco, le mete el empeine “media caña”, cortando la bola de arriba hacia abajo, y ésta vuela como una flecha al ángulo de De Giorgi.

¿Volea, media volea o sobre pique? Un golazo memorable. Más que ello. Emocionante. De esos goles que te ponen al borde del llanto, por la estética, el arte y la perfección que trasmiten. Un “Tren…zeguet”, único. Esa cara mirando al cielo, su dedo índice haciendo círculos. Fue para todo River, para todo el fútbol, para toda esa gente que cuando el partido se iba sin pena ni gloria no permitió que se cayera con un aliento estremecedor.

River había comenzado a quebrar la resistencia burocrática del equipo de Trullet cuando Almeyda, a los 31 del segundo, pateó el tablero. En un abrir y cerrar de ojos, estábamos viendo otra película. Las vías se habían hecho anchas, el Keko abría la cancha por derecha, Ocampos por izquierda y esa jirafa negra, llamada Trezeguet, había encontrado su lugar en el mundo. El rectángulo pareció una sabana africana donde meter diagonales y cambiar posiciones. Los espacios se habían abierto, su cuello se estiraba cada vez más y podía ver absolutamente todo.

Antes de su gol antológico, hacía unos instantes, casi sin mirar la pelota y con los ojos puestos en el arquero, tocó suave a la derecha, con la serenidad de un Papa. Penal ejecutado con clase. Pero aún faltaba lo que el público de River merecía. Esa maravilla que quedará grabada en la memoria de tantos pibes que hoy andan viendo y reviendo como se le entra a una pelota de aire.

Un “Tren…zeguet” y esa parábola que te regala el fútbol. Que permite establecer comparaciones con la vida. Que cuando todo está muy conversado, trabado, a veces hay que patear el tablero. Que ante tanta cháchara, tanto chamuyo, a veces hay que apostar al sexto sentido y tomar decisiones. Todo cambia tan rápido que lo que parece un dogma se convierte en una verdad de cartulina en un rato. Como el tema de este Ferro, que nos convoca a la digresión, quizá por sus orígenes ligados a los rieles.

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Una lección que también pagó muy cara la institución de Caballito. Y que River, ni tan lejos ni tan cerca, debería usar como espejo a no repetir. ¿En qué quedó convertido aquel modelo de asociación civil y social, cuando reinaban los hermanos Arregui, Cuper, Saccardi y don Timoteo Griguol, entre otros? Aquel Ferro profetizó el saqueo que un par de décadas más tardes atacaría a resto de las afiliadas a AFA. A punto estuvo de su extinción. Lo esquilmaron y traicionaron. Lo triste es que sus ideas futbolísticas – ora por recursos, ora por convicción- jamás pudieron jamás ser más audaces.

Lo cierto es que se volvió a la victoria. Triunfo indispensable. Cuando el partido había caído en la burocracia de lo preestablecido y no había manera de romperlo, cuando las ideas parecían viejas, cuando la ansiedad se hermanaba con la imprecisión, cuando la impaciencia y el grito de la tribuna insólitamente es “Aguirre”, para que algo cambie, la cosa era plata o mierda. Y el Pelado, acertó. Guardó su buda interior y escuchó la voz del pueblo. Entendió que no quedaba otra que ganar, porque “La Gloria” se escapaba. Y lo hizo aun sacrificando algún “totem”. Buscó plata fresca en el banco, para quedarse con la concesión del partido no había más salida que invertir. Salió Abecasis y entró el desparpajo de Villalva. Le dio electricidad. Se fueron Cavenaghi y el Chori y entraron Aguirre y Funes Mori.

El amor propio del “peladito” y la “sangre joven” de Rogelio le insuflaron nafta. Se produjo el contagio y River se llevó puesto al convoy del Oeste, vieja gloria de los 80, y su futbol conservador. Maidana y Ramiro Funes Mori, fueron a luchar al área rival como dos gladiadores y abrieron la caja negra de la obsoleta formación de fierros viejos en ideas. A nadie se le cayeron los anillos.

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“River está por encima de los nombres”, dijo Matías en conferencia, y así debe ser. Si hay recambio y el plan “A” parece agotado, debe meter cuchillo y operar. Hubo plan “B”. Así lo entendió. Y así ganó. Usted saque boleto en este tren y tenga fe, que la última estación de este viaje es el ascenso directo. Hay variantes, solo falta entender que en un equipo a veces son tan importantes lo indios como los caciques. Como esos héroes de Malvinas, ayer justamente homenajeados, que desde la trinchera sostuvieron el peso de una guerra. Esa guerra en la que otros de alto rango, como “el ángel rubio de las Georgias”, se rindieron ante el primer silbido de una bala.

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