El top ten del Superclásico me queda chico. Lo intenté, pero me fue imposible. Quise guardar en mi archivo las diez mejores imágenes del clásico y no me entraron. Las comprimí, las achiqué. Igual, no pude. Son tantas, son tan grandes emocionalmente. Tarea imposible. Hagan la prueba. Cada uno de nosotros va a almacenar su foto preferida. Quizá sea porque todavía están vivas, pegadas en la piel. Fresquitas.
Clásicos y victorias como las del martes no se viven todos los días. Por eso comparto las mías, sabiendo lo antojadizas y mezquinas que pueden resultar. La noche del martes 16 de noviembre de 2010 fue un álbum de figuritas completo, un país de Cuentos de Mil y una Noches, tatuajes e ilustraciones que habitarán nuestro corazón eternamente. Más que una victoria, más de cien motivos para escribir la canción más linda del mundo.
Estas son mis frustradas diez postales:
1) La llegada del telón a la cancha. Casi una hora para subirlo. Parecía una pirámide.
2) El recibimiento. Sólo comparable a aquél del 96. La tarde que “yo los vi desaparecer” (A. López Mateo), entre tantos papelitos, cintas y fuegos artificiales.
3) El fuego sagrado del banco y el duende de los “Angeles Guardianes”. Juan José López y Fillol en primera línea. Passarella, Salas y toda la historia revoloteando.
4) Y el abrazo de Borghi a su ídolo Jota, Jota. ¡Cuánto respeto!
5) La hinchada de River alentando sin parar en el entretiempo, bajando nuevamente el telón. Enfrente, equipo chico. Silencio Stampa.
6) Las cábalas: la muñequera improvisada de Jota Jota. Y de nuevo el segundo tiempo avanzando contra el río. Una señal de lo que se venía.
7) El delirio. Astilla del mismo palo. Golazo de Maidana. Su grito y su abrazo. Tanta chicana absurda desmitificada. La figura, tremendo profesionalismo.
8) Las ovaciones estremecedoras a Ortega y Pavone. El gesto del Tanque y la arenga a Funes Mori: “Ahora metela vos, dale”.
9) El final. El abrazo del indio Vega que cruza la cancha para abrazar a Carrizo. La ofrenda del equipo a su tribuna. La sudadera del tanque entregada a la Sívori baja. El ramillete de héroes cantando “despacito, despacito, despacito, les rompimos el culito”.
10) Las cincuenta, sesenta mil almas revoleando todo al grito de “Sólo le pido a Dios que se mueran todos los bosteros”.
Y ahora. ¿Dónde pongo el resto? Me queda el fenómeno paranormal del lado de enfrente. La vista que ve toda esa gente muerta en retirada del velorio. De candelabros como puñaladas arrojados contra la Centenario baja. Nuevas banderas negras, en procesión y marcha fúnebre.
Y todavía me quedan en el tintero el coraje de un equipo de hombres, los ojos de los turistas sorprendidos, boquiabiertos y emocionados. El descontrol de mis chiquitos, la gente del Interior que viajó horas y horas, quemando hasta las últimas chirolas que habían ahorrado. Sin hambre, sin sueño. Y ese final de palabras de agradecimiento de Almeyda y Acevedo hacia Cappa. Y un técnico ubicado que en conferencia dice “yo soy soldado de Passarella”, como diciendo: soy soldado de la causa River y no me la creo.
Pero antes, la frutilla del postre. Con el estadio aguardando la salida en religioso silencio, se escuchan dos palabras: ¡Gracias totales! Era la voz del estadio, Enso Herrera Massa. Fuera del protocolo absolutamente usa los parlantes para lo que debe ser: “Para todos los hinchas de River, los que nos conocemos y no, los que hicieron posible este triunfo”.
Son recuerdos que no voy a olvidar, parecidos y diferentes al de cada uno de ustedes. Imposibles reducirlos a un top ten. Y menos hoy, después de los afiches. ¡Gracias totales, River!
