Pareciera como que aquella tarjeta roja a Ponzio en la última jugada del primer tiempo en cancha de Racing marcó un quiebre en muchos sentidos para River. Veníamos de dos victorias muy cómodas en la copa Argentina, y el equipo parecía entrar en confianza plena para agarrar buen envión en la Libertadores.

Pero la historia fue distinta desde aquella noche de Avellaneda. Pasaron 18 días. Más de 300 minutos sin meter un gol, la peor racha con Gallardo al mando. Penales errados. Arqueros rivales dignos de héroes a nivel mundial. Lesiones acumuladas. Puntos que seguimos dejando pasar jugando de local que después suelen costar caro al final de la Superliga. Y, por si faltaba algún sacudón más, apareció la novela Zuculini. La gota que rebasó el vaso. Todos los días una voz racinguista diferente sale a la luz poniéndole más pimienta a una situación ya juzgada desde la Conmebol. Y hasta gente relacionada al mundo xeneize, evidentemente muy preocupada (o traumada) por la situación, trató de instalar mantos de suspensión del partido sin ningún argumento sólido.

El ciclo Gallardo ha tenido muchas batallas en las que el equipo llegaba medio tambaleando con los resultados previos, y un partido puntual del semestre en cuestión le cambió el panorama futbolístico y anímico. Es cierto que hoy el equipo no vive una crisis a nivel juego ni mucho menos, pero sí necesita reaccionar y despertar a nivel eficacia. Se acabó el margen de error. No se puede perdonar más a los rivales. Por eso creo que ha sido una gran decisión la de ir a concentrar al complejo de Cardales en estas últimas horas previas a la “final” copera del próximo miércoles.

Un lugar al que River le sentó muy bien en la previa de cada instancia importante que debió afrontar en el pasado. Es la quinta vez que Gallardo decide asistir a aquel lugar. La primera de todas fue la más particular, ya que decidió hacer allí una mini pretemporada de 10 días a mediados del 2015, antes de enfrentar la serie frente a Guaraní en la semifinal de aquella Libertadores ganada. Luego, en el 2017, concentraron un par de días antes de afrontar la vuelta contra Wilstermann (que terminó en el histórico 8-0), y la ida ante Lanús (1-0 a favor en el Monumental). El último antecedente fue ni más ni menos que en la previa del viaje a a Mendoza para jugar la final de la Supercopa contra Boca, que también acabó con final feliz.

Sí, era el momento justo para aislarse del mundo y enfocarse en lo único que siempre fue lo más importante, los 90 minutos que se vienen. De asomarse por la ventana, apreciar las tonalidades verdes y escuchar los sonidos del silencio. De entrenar solamente con los ruidos de los pájaros de fondo. De apagar todos los televisores y esquivar la lectura de diarios. Es tiempo de enfriar la cabeza y activar las calderas del corazón. Es la hora de preocuparse pura y exclusivamente por hablar en la cancha, una materia que el River de Gallardo suele tener bastante bien aceitada cuando de grandes citas se trata.

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